lunes, 21 de abril de 2014

10 deseos, 10 metas



Utilizar cada día un minuto para llamar a mi madre y decirle: te quiero

Utilizar un minuto más cada mañana para decir hola a quienes aprecio

Poder mirar a los ojos a algunas personas y decirles: perdón

Decir lo que siento sin miedo a perder

Ser capaz de sonreír siempre, siempre, siempre

Perder antes que hacer daño, dar antes que recibir

Pensar siempre en positivo, mirar siempre hacia adelante

No olvidar a quienes he perdido

No perder a quienes tengo

No dejar nunca de soñar, de vivir


domingo, 13 de abril de 2014

Jerusalén: verdades y mentiras



Ahora que estamos en puertas de una Semana Santa y que se repiten las escenas de todos los años: procesiones, devoción, turismo, fiesta tradicional, etc, etc; y aprovechando que tengo este blog, he pensado en escribir lo que sigue.

Yo no soy una persona devota; quizá porque en mi infancia me saturé, o me saturaron de todo lo que rodea a estos días; o simplemente porque como una gran mayoría de personas, no sentimos ese punto que algunos dicen sentir. En fin, en cualquier caso lo que quería es al hilo de la Semana Santa, hablar un poco de lo que en cierto momento me fascinó y al mismo tiempo me decepcionó.

Hace dos años, y tras varios de espera, realicé un viaje a Israel. No me movía el fervor religioso, ni la búsqueda de algo que sabía no iba a encontrar, ni mi intención era encontrarlo. Lo que me movía era mi particular búsqueda de la historia. Ese afán del que he hablado en alguna ocasión, por conocer las grandes ciudades de la historia, esas que fueron míticas, y que de alguna forma están rodeadas de un halo de misterio que a mí me fascina. Y una de esas ciudades es Jerusalén.

No voy a hablar de la ciudad nueva de Jerusalén, que como tantas otras, es una ciudad más con las mismas tiendas, los mismos centros comerciales, las mismas avenidas y los mismos atascos que el resto de grandes ciudades. Quiero hablar de la ciudad vieja de Jerusalén, la ciudad con historia.

Una ciudad amurallada, con sus ocho puertas distribuidas a lo largo de toda la muralla. Cuando llegué por primera vez frente a la muralla de Jerusalén, lo hice junto a la puerta de Jaffa, que me dio acceso a la plaza donde se alza una gran torre fortaleza, la del rey David. Es de esta plaza de la que parte una calle estrecha que desciende de forma continua hacia el mundo más increíble de Jerusalén. Caminar por esta calle de la que parten perpendicularmente otras callejuelas más estrechas si cabe, es pisar historia. Y se ve en las losas pulidas por los siglos que vas pisando, se ve en los muros de las casas, en las puertas, en los arcos, en los pasadizos por los que cruzas para llegar a rincones escondidos. Todo es un continuo descubrir cosas que te sorprenden, y que si te gustan las ciudades antiguas, te cautiva.

La vieja Jerusalén hay que caminarla despacio, sin rumbo, descubriendo todo a cada paso. Sin prisa por llegar a donde todos quieren llegar, porque tarde o temprano se llega. Pero entre tanto el camino es mucho más interesante que el final. Y caminando sin rumbo, en algún momento se llega a uno de los muchos puntos donde puedes ver frente a ti, desde la altura, una gran plaza con un muro al frente. Todos vienen buscando este muro, pero a mí personalmente, me parece más interesante la explanada que se encuentra encima del muro.
¿Los únicos restos del antiguo Templo de Salomón?, sí, quizá lo sean. Lo que no cabe ninguna duda es que el gran templo, el famoso templo de Jerusalén se encontraba en ese lugar. Y la única forma de abarcar su extensión es subiendo a la explanada de las mezquitas. El acceso está controlado y muy vigilado, y por desgracia para poder acceder se ha levantado una rampa que rompe con la estética del lugar. Nadie va a encontrar en la explanada ningún signo, ningún resto del gran templo. La gran mezquita de La Roca, con su cúpula dorada y sus paredes cubiertas de cerámica azul formando un octógono, se encuentra en el centro de la explanada.
A mí lo que más me impresiono fue la extensión que ocupaba un rectángulo enorme, donde en un momento de la historia se levantaba el gran templo. Solo observando toda la extensión se puede hacer una idea del tamaño. Realmente tuvo que ser impresionante.
Es en este lugar donde para mí se puede observar la imagen más auténtica de Jerusalén, al menos la imagen más parecida a lo que nos han contado o nuestra imaginación ha soñado. Me refiero a la vista que desde arriba, junto al extremo que se asoma sobre la torrentera del Cedrón, se tiene del profundo tajo que corta la ciudad y la separa del monte que se levanta delante. Un monte cubierto de olivos, y que desde siempre se ha conocido como el Monte de los Olivos. Es una imagen que te permite volar con la imaginación a un momento del tiempo en el que el paisaje debió de ser muy parecido.

Porque Jerusalén es apasionante, pero para mí también tiene grandes mentiras. Mentiras con las que se están lucrando miles de personas e instituciones religiosas. Pero no soy yo quién para juzgar lo que para muchos es importante, y su único motivo para acudir hasta este rincón del mundo.

Lo que cada uno encuentre en Jerusalén dependerá de sí mismo, de lo que quiera creer o quiera entender. Son muchos los que van para hacer el camino de la Vía Dolorosa. Quién pretenda encontrar un camino como el que supongo existió hace dos milenios, no lo encontrará. La supuesta Vía Dolorosa transcurre entre tenderetes de un bazar abarrotado de todo tipo de productos, un bazar como tantos en tantas ciudades del mundo. Cualquier callejuela de la vieja Jerusalén es mucho más interesante que todo este recorrido, que eso sí, tiene una pronunciada pendiente que llega a agotar.
Y al final del trayecto, en un extremo del bazar, se encuentra el punto al que todos los peregrinos quieren llegar, la Iglesia del Santo Sepulcro. Creo, y lo digo con total sinceridad, que su interés es más arquitectónico y monumental que de ningún otro tipo. Incluso que con el tiempo se ha convertido en un gran negocio del que se van beneficiando por turnos varios credos religiosos que se disputan los trozos de una tarta a la que todos quieren hincar el diente.

Me decepcionó, y me decepcionó mucho, el Gólgota. Se supone que estaba allí, ¿pero dónde?, nadie tiene la impresión de encontrarse en un monte de roca. Entonces te muestran una roca a través de un pequeño cristal que se encuentra bajo tus pies. ¿Eso es el monte Gólgota?, ¡dios qué decepción!
Y la mayor decepción es el Santo Sepulcro. Solo a diez metros del lugar, dentro de la misma iglesia. Realmente difícil de creer. Quién piense que ese es el sepulcro original que todos van buscando, tiene que hacer un auténtico acto de fe. Desde luego que nadie espere encontrar dentro  una gruta. Son dos habitaciones minúsculas, recubiertas de mármol y de todo tipo de adornos del credo armenio que ahora custodia la tumba. En la segunda habitación, todavía más pequeña que la primera, una losa que por su longitud es imposible pueda albergar tumbada a una persona de 1,80 metros. Y todo ello allí, en mitad de la iglesia, colocado muy para la ocasión.

Otro rincón que cuesta creer que lo fue, pero que si hay que creerlo se cree, es la sala de la última cena. En un extremo de la muralla, junto a la puerta de Sion (una puerta por cierto fascinante, y desde luego muy antigua), se encuentra un edificio en cuya planta superior hay un habitación de corte muy renacentista (al menos a mí me recordaba a los palacios venecianos). La habitación, si es tan antigua, está tan reformada que no se aprecia su antigüedad. Es suntuosa, rica para la época. Es la casa de un rico, sin ninguna duda; o al menos ese es el aspecto que le han dado. ¿La sala de la última cena?, si hay que tomarla por eso, se toma. Para mí es mucho más interesante la puerta de Sion, esa sí que es auténtica, solo hay que verla.

Todo esto no quiere decir que me defraudara Jerusalén; me fascinó, y como ciudad histórica, mítica y con un halo de misterio, me atrapó. Pero me dio un poco de pena todo el negocio que se ha formado a raíz de unos hechos históricos que se han recreado con mejor o peor suerte, y sobre todo me apenó ver cómo muchos creen a pies juntillas esos pequeños detalles que necesitan creer, y que si se analizan con un poco de lógica, se ve que no son lo que te están mostrando. No quiero decir que no ocurrieran, lo que quiero decir es que se ha montado un escenario de teatro donde se muestra lo que muchos quieren ver, sin importarles si realmente fue allí, o en otro lugar, o cómo, o de qué manera. Pero bueno, tampoco eso lo hemos inventado ahora, en realidad este gran escenario está diseñado de esta forma desde hace siglos.