Hace apenas tres meses escribía
en este mismo lugar una historia sobre un hombre bueno. Hoy ese hombre ya no
está. Murió hace ocho días. Nunca antes había visto morir a nadie, pero nunca
podré olvidar la forma como él se marchó. Nunca podré olvidar aquellas horas en
las que él ya inconsciente, transmitía una placidez inmensa. Mis hermanos y yo
le sujetábamos sus manos. Yo quería, necesitaba transmitirle vida a través de
ese contacto, pero no podía. Quería transmitirle esa vida que él me dio en su
día, pero no podía. Él se iba poquito a poco, despacito, y nosotros no podíamos
hacer nada, solamente sujetar sus manos y pensar que de alguna forma nos sentía
allí, cerca de él, sabiendo que no estaba solo. Su respiración era lenta, cada
vez más débil. Fue un momento muy triste, pero al mismo tiempo lleno de una
inmensa paz. Allí estábamos los cinco. Quiero pensar que de alguna forma eligió
ese momento, el único de todo el día en el que nos quedamos los cinco solos,
él, su mujer, y sus tres hijos. Y entonces se fue, tan despacio, de una forma
tan dulce, que apenas nos dimos cuenta de que ya no estaba.
Quería escribir muchas cosas
sobre él, pero no puedo. En este momento las lágrimas y la emoción no me dejan.
Quizá en otro momento.
Hoy es Nochebuena. Esta noche
estarás con nosotros papá, siempre estarás con nosotros. Y por ti intentaremos
sonreír.
Te quiero papá, siempre te
querré.