Hoy he tenido que colgar el cartel de “nos trasladamos” en
el que ha sido mi lugar de trabajo desde el día 4 de junio de 1990. Darle la
espalda y mirar hacia adelante. Parece mentira, pero es así. Han sido muchos
años, no han sido fáciles, hemos pasado por momentos muy complicados, pero
siempre hemos conseguido salvar los escollos y salir a flote. Pero ahora no hay
marcha atrás.
Muchos compañeros han quedado en el camino a lo largo de
estos años, lo dieron todo y entre todos logramos llegar hasta el día de hoy.
Una gran mayoría llegaron a su jubilación y han podido seguir disfrutando de un
descanso bien merecido. Otros han tenido que buscar una salida en un lugar de
trabajo diferente, y para vosotros deseo lo mejor. Algunos podrán continuar luchando
en otras instalaciones, luchando como siempre lo hemos hecho, porque solo la
lucha de todos nosotros ha permitido que hayamos podido llegar hasta aquí, y
eso ha sido un gran logro. Y unos pocos ya no podréis ni siquiera leer estas
palabras, y a vosotros especialmente os las dedico.
Hoy, cuando doy la espalda a esa verja que ya no cruzaré
cada mañana, en mi cabeza se agolpan los recuerdos de momentos y personas.
Recuerdo aquel edificio ya derruido, donde pasamos tanto
frio en invierno y tanto calor en verano. Recuerdo cuando solamente teníamos 2
ordenadores que nos íbamos turnando. Recuerdo aquel servidor que ocupaba toda
una habitación, y donde las copias de seguridad se hacían a mano. Recuerdo el
primer y único ordenador disponible con acceso a internet.
Pero sobre todo recuerdo a las personas. No quiero dar
nombres, pero recuerdo a todos, a los que me caían bien y a los que no me caían
tan bien. A los que discutía con ellos y a los que era fácil la comunicación.
Recuerdo aquellas celebraciones de cumpleaños al final de la tarde, cuando organizábamos verdaderos banquetes. Recuerdo las botellas de cava que nos tomábamos el 23 y el 30 de diciembre. Recuerdo los regalos que nos repartíamos cuando volvíamos de vacaciones. Recuerdo las lágrimas cuando algún compañero tenía que marcharse. Lo recuerdo todo, aunque sería interminable escribirlo.
Recuerdo aquellas celebraciones de cumpleaños al final de la tarde, cuando organizábamos verdaderos banquetes. Recuerdo las botellas de cava que nos tomábamos el 23 y el 30 de diciembre. Recuerdo los regalos que nos repartíamos cuando volvíamos de vacaciones. Recuerdo las lágrimas cuando algún compañero tenía que marcharse. Lo recuerdo todo, aunque sería interminable escribirlo.
Gracias a todos, aquella siempre será nuestra casa, aunque
se haya colgado el cartel de “nos trasladamos”, y mis pasos cada mañana me lleven
en una dirección diferente, en otro extremo de la ciudad.
Me había jurado que sería fuerte, que podría marcharme sin
derramar una lágrima, pero me equivoqué. Y no me importa decirlo, porque nadie
debemos avergonzarnos por llorar. Hoy ha llegado el momento, ese momento que no
por anunciado, parecía tan lejano. He permanecido durante una hora sentada en
mi silla, frente a mi mesa vacía. Solamente la mesa, la silla, y yo. Y el
silencio. Todos mis efectos habían emprendido el viaje hacia otro lugar, el
ordenador, los documentos, los armarios, todo. Solo quedaba la silla, la mesa,
y el silencio. Y durante esa hora he llorado, no quería llorar, me había jurado
ser fuerte. Pero necesitaba llorar, solo así podía despedirme de aquel lugar, y
de todo lo que ha significado en mi vida, y en mi profesión.
Prometo ser divertida, prometo que este blog será un espejo
de cómo soy. Pero hoy, y espero que se me perdone, hoy necesitaba despedirme de
un lugar, de muchos recuerdos, y de una parte importante de mi vida. Y yo nunca
he sido muy buena para las despedidas.
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