sábado, 11 de octubre de 2014

Gracias Teresa



Hace una semana eras una persona anónima, nadie te conocía excepto tu familia, tus amigos y tus compañeros de trabajo. Eras una más, como yo, como tantos otros. Hoy, todos te conocen.

Has sido, y sigues siendo, vapuleada, criticada, criminalizada, tratada injustamente. Aunque en esto, como en todo, cada uno tiene su opinión y creen estar en posesión de la verdad. Es muy fácil juzgar, pero solo tú sabes cómo te sientes.

Lo que ocurrió nos podía haber ocurrido a cualquiera. Bueno, a cualquiera no, porque muchos no hubieran hecho lo que tú hiciste, ayudar a una persona con una enfermedad como el ébola. La mayoría hubiéramos huido, hubiéramos escabullido el bulto y que otro se ocupe del tema. Es cierto que era tu trabajo, sí, pero tú te presentaste voluntaria, y eso te dignifica como ser humano.

A lo largo de estos días he sentido una rabia inmensa al escuchar de qué forma te han hecho responsable de todo. Hay que ser un malnacido para decir todo lo que han dicho de ti, sin conocerte, sin ponerse en tu lugar, sin aceptar sus propios errores. Esos grandes errores son los que han provocado toda esta situación. Pero este país está lleno de bolsillos agradecidos que no tienen la dignidad humana, ni la vergüenza, ni la honorabilidad suficiente para aceptar su responsabilidad. Es más fácil criminalizar, tirar la mierda para otro lado, y sacrificar a otro que total no conoce nadie.
Pero se equivocan. Actuando como lo han hecho han puesto de manifiesto lo ruines, miserables, cobardes, y egoístas que son.

¿Sabes?, en este momento me está ocurriendo lo mismo que estos días. Tengo la sensación de que nuestro idioma se queda corto para encontrar los adjetivos que los describan. Por muchas palabras que utilice, siento que no es suficiente, que su ignominia no queda claramente expuesta.

Tienes que superar esta situación. Solo tú puedes enfrentarte a todos ellos de la única manera que una gran persona lo hace. Cuando te hayas recuperado, cuando hayas superado la enfermedad, solo tienes que mirarlos a los ojos. Estoy segura de que muchos de ellos no podrán sostenerte la mirada.

Van a decir muchas barbaridades de ti, ya lo verás. Incluso me atrevo a adelantar que muchos dirán que estás sacando tajada de tu enfermedad. Pero aquí cada uno ya ha demostrado lo que es.

Lo peor, lo que más pena me da, no son los políticos oportunistas; es la gente anónima que les da la razón. No quiero preocuparte, pero están ahí. Ayer escuchaba a algunos y sentía tanta rabia como he sentido esta semana al escuchar declaraciones públicas. Por suerte no son la mayoría.

Poco antes de empezar a escribir esto, pensaba que en la historia del mundo, la mayor parte de los grandes cambios sociales han venido provocados por un pequeño hecho aislado iniciado de forma involuntaria por una persona anónima. Y pensaba que quizá tú seas esa persona que sin proponérselo, ha hecho que queden al descubierto las miserias y la ruindad de unos políticos que no merecemos.
Que quizá la lucha que estás librando contra un virus, acabe con esta calaña de mezquinos y miserables. Y pensaba también que quizá tú puedas lograr que se produzca un avance importante. Porque esta enfermedad tendrá cura, como todas, aunque ya sabemos que hasta ahora no ha interesado investigarla. ¿Para qué?, total es cosa de pobres y desarrapados, y además africanos. Pero cuando el virus asoma a nuestra puerta, ¡hostias!, ya no es lo mismo.

Mucha suerte Teresa, lucha, porque la vida te está esperando, y no hay nada más bonito que vivir. Y cuando estés fuera, recuerda, míralos a los ojos hasta que sean ellos los que aparten la mirada.

Hace una semana no te conocía, ni sabía que existías. Hoy sin embargo quiero decirle:

Gracias Teresa por tu gran lección de humanidad.




jueves, 28 de agosto de 2014

Capítulo 32

Hoy estoy un poco nostálgica. Quería escribir algo pero no encontraba nada que me pareciera interesante. Así que he recurrido a algo que tengo escrito desde hace tiempo. Es solo el capítulo 32; espero que no defraude.






32


    Los primeros días sirvieron para confirmar la situación desesperada en la que se encontraba la población. Desde que salía el sol no dejaban de llegar personas en busca de comida, pero era muy poco lo que podían ofrecerles. Desde el aeropuerto les distribuían la poca ayuda humanitaria que estaba llegando, y que apenas servía para unas horas antes de agotarlo todo.
   A Andrés no dejaba de sorprenderle la resignación con la que aquellas personas aceptaban su destino. Llegaban a las puertas en busca de algo y tomaban lo que les podían ofrecer sin quejarse, sin pedir más. Cuando la ayuda se acababa, nadie protestaba ni discutían entre ellos. Volvían sobre sus pasos y regresaban a algún lugar, a la espera del día siguiente.
    Un día llegó una mujer con dos niños pequeños, uno un bebé en brazos y el otro tan pequeño que apenas sabía caminar. Andrés le dio lo último que tenía, un paquete de galletas y otro de leche en polvo. Cuando estaba a punto de marcharse, uno de los muchos niños solitarios que vagaban por la ciudad, llegó también en busca de comida, pero ya no tenían nada para darle. El niño se giró para alejarse. Entonces la mujer lo llamó y le entregó la mitad de la bolsa de galletas, dándole la otra mitad a su hijo mayor. Andrés se dio cuenta de que ella no tendría nada para comer, que lo poco que tenía lo había repartido entre sus hijos y aquel niño desconocido. Se quedó tan impresionado que decidió darle parte de la comida que tenían para ellos. La hizo esperar mientras recogía una generosa ración de arroz hervido y se la entregaba. La mujer negó con la cabeza.
    _ ¿Por qué no la quieres?, preguntó Andrés.
    _ Es su comida, respondió la mujer.
    _ Sí, ¿pero qué importa?
    _ Usted es más necesario que yo, contestó la mujer. No hay muchos médicos y la gente necesita ayuda. Usted puede ayudarles, sin embargo yo no puedo ayudar a nadie.
    _ Acaba de hacerlo, ha ayudado a ese niño.
    _ Si no lo hubiera hecho yo lo hubiera hecho otro, pero ninguno de nosotros podemos curar a tantos enfermos. Usted no puede faltar.
    Y dando la vuelta se alejó con sus dos hijos.
    _ Vuelva mañana, por favor, le gritó Andrés.
    _ Volveré si el destino quiere que todavía pueda hacerlo.
    ¡El destino! Cada día hacía que algunos no pudieran resistir más y murieran, pero los que continuaban con vida seguían adelante con una fuerza que parecía imposible pudiera surgir de aquellos cuerpos pequeños y delgados.
    Porque la vida seguía adelante, y a pesar de la adversidad se podían encontrar escenas que llegaban a conmover, y hasta cierto punto permitían mantener un poco de esperanza en que todo aquello se podría superar.
    Después de unas horas agotadoras, Andrés se sentó unos minutos en la puerta. Frente a él se encontraban tres niñas que jugaban y reían. Eran las primeras risas que escuchaba desde su llegada. Estaban jugando a la comba con una cuerda conseguida atando distintos trozos. Una de las niñas se apoyaba en un palo, le faltaba una pierna. A pesar de todo, eso no le impedía girar la cuerda para que otra de las niñas saltara. Cuando llegó su turno, ella también saltó sobre su única pierna, riendo divertida.
    Solamente podía hablar con Paul cuando venía el militar que velaba por su integridad. Las comunicaciones no existían y necesitaba el equipo que este traía para poder hablar con el exterior.
    _ Esto es mucho peor de lo que puedas imaginar, le dijo el primer día. No se va a solucionar con el envío de un contingente, aunque todo es bienvenido. Lo que aquí se necesita es la ayuda internacional a gran escala.
    _ ¿Cómo está el tema en cuanto a desplazamientos?, preguntó Paul.
    _ Es imposible salir de la ciudad, el nuevo gobierno lo ha prohibido. Dicen que será temporal, pero por el momento no es posible. No sabemos qué ocurre fuera ni en qué condiciones está la gente.
    _ Muchos están llegando a Tailandia y se encuentran en campos de refugiados, pero el problema es para los que están todavía dentro, le contestó Paul.
    _ En Phnom Penh estamos desbordados. No es mucha la ayuda humanitaria que llega y apenas da para nada. Si puedes conseguir que al menos esa ayuda aumente, ya sería suficiente.
    _ Haré todo lo que pueda. ¿Y tú cómo estás?
    _ Estoy bien, echo de menos Vietnam pero estoy bien, no te preocupes por mí. Me tienen vigilado, aunque saben que soy necesario y no me molestan.
    _ Cuídate, y vuelve a llamarme en cuanto puedas.
    _ Lo haré. ¿Tienes alguna noticia de Hanói?
    _ Allí todo sigue bien, todos te envían recuerdos, y esas dos mujeres que tanto te quieren también.
    _ Gracias Paul, se despidió.
    Saber que Liah estaba bien lo reconfortaba. Cerró los ojos e imaginó su cara, era lo único que le hacía sonreír en aquel infierno, ella y los niños.
    Se acercaba a menudo al único orfanato que existía en Phnom Penh. El estado de aquel lugar no era mucho mejor que el que existía en el que él se encontraba. Algunos de los niños se encontraban en un estado lamentable. Habían sufrido mucho y vivido demasiados horrores para los pocos años que tenían, pero eran niños, y como todos los niños en cualquier lugar del mundo, querían jugar. Les fabricaba trenes con trozos de madera o cartones, y se los regalaba cada vez que iba a verlos. Siempre lo recibían con gritos de alegría. Ver aquella chispa de ilusión en sus ojos tristes, le animaba para seguir luchando en mitad de tanta desgracia.
    La fuerza de aquellos pequeños era digna de admiración.
    Enfrentarse al destrozo causado por las minas era una de las situaciones más duras del día a día, pero cuando las víctimas eran los niños, su corazón se partía. El primer día que llegó un pequeño con la pierna destrozada, se sintió paralizado; nunca había visto un destrozo tan brutal. Fue el doctor Kivi quien lo sacó de su estado.
    _ Sé que enfrentarse a esto es muy duro, pero tenemos que intentar salvarlo; no siempre lo conseguimos, aunque puedo asegurarte que cuando lo hacemos, el esfuerzo merece la pena.
    Fue suficiente para que reaccionara y corriera a preparar todo lo que necesitaba. Aquel niño no podía tener más de ocho o nueve años, y no contaban con anestesia. Andrés temblaba solo con pensar en lo que podía sufrir mientras le amputaba lo que quedaba de su pierna. A pesar de todo, el niño estaba consciente, y Andrés le dijo:
    _ Sé que eres un chico valiente y lo vas a ser mucho más, ¿verdad?
    El chico asintió y cerró los ojos. En ningún momento cayó una lágrima de ellos, ni salió un grito de su boca. La apretó con todas sus fuerzas hasta que perdió el conocimiento.
    Superó la operación y siguió con vida, aunque Andrés se preguntaba qué clase de vida tendría a partir de entonces. Sin padres ni ningún familiar que se ocupara de él, y con una sola pierna. ¿Qué había hecho de malo para merecer semejante castigo?
    _ No ha hecho nada, le contestó la doctora Vanna, ni él ni ninguno de los demás.
    _ Por eso me lo pregunto, respondió Andrés. Es tan injusto que el simple hecho de haber nacido en un determinado lugar te condene a algo así.
    _ Supongo que es el destino.
    _ ¿Sabes?, le contestó Andrés, desde que llegué a Oriente he escuchado muchas veces esa frase: es el destino.
    ­_Todavía me resulta difícil entender la forma como aceptáis ese destino del que habláis, sobre todo cuando es tan malo como este.
    _ ¿En Europa no aceptáis lo que el destino os depara?
    _ Lo hacemos porque no nos queda más remedio, pero no lo hacemos de buen grado. Siempre intentamos encontrar un culpable con el que ensañarnos, y a veces hacemos todo lo posible porque otro sufra tanto o más que nosotros, como si eso nos liberara de la carga que nos ha tocado.
    _ ¿Y os libera?
    _ Supongo que no, lo único que conseguimos es causar más dolor y quedarnos con el que teníamos.
    _ Pues entonces no lo hagáis.
    _ Es fácil decirlo, en Europa tenemos mucho que aprender.

domingo, 24 de agosto de 2014

La deflación y unos mojitos



Anoche, tomando unas copas con unos amigos, salió una conversación que ¡anda qué!. Pero así es la vida, estás pasando un rato agradable, la conversación va de un lado a otro, y terminas hablando de la deflación, mientras la música te envuelve.

Todo empezó porque uno de ellos dijo: a los economistas muchas veces me cuesta entendeos; no sé si a todo el mundo le pasa lo mismo. Decís cosas que yo no veo, las decís como si fueran verdad. Así que ya no sé si mentís, si sabéis lo que decís, o si yo no tengo ni puta idea.

¿Por ejemplo?, le pregunté

Pues por ejemplo la deflación

¿Qué le pasa a la deflación?

Vamos a ver, si inflación es que suban los precios, y eso es jodido; deflación es que los precios bajan. ¿Pues entonces por qué tanto miedo y que viene el lobo y que es peor? A mi chica, si me bajan el precio del alquiler, el de la gasolina, la cesta de la compra, los gastos de mis hijos, y el de estos mojitos que nos estamos tomando, me ponen en mi casa.

Llegados a estas, le intenté explicar el tema, y cuando lo vio y lo entendió, terminó diciendo. ¡Ahora sí!, joder, y porque no lo explican así para que los demás lo entendamos y no nos quedemos con la sensación de que nos están intentando meter un gol.

Así que esta mañana me he dicho: hace bastante que no me paso por el blog, ¿y si lo dejo ahí todo escrito?

La deflación es una situación de caída generalizada y persistente en el tiempo de los precios de productos y servicios. Esto, que a priori puede parecer algo bueno para los bolsillos de los ciudadanos, es el comienzo de un desplome de la economía, que si no se controla, puede sumir en la ruina a países y zonas.

El primer efecto de la deflación es la caída en los beneficios de las empresas. Una empresa que ve caer los precios de los productos que vende, inmediatamente tendrá un reflejo en su cuenta de resultados. Quizá a corto plazo la situación no sea preocupante, pero si se prolonga en el tiempo, la consecuencia inmediata es la bajada de sueldos, cierre de empresas, aumento del desempleo, caída en la inversión empresarial.

Cuando la bajada de precios lleva a la disminución de los beneficios de las empresas, y consecuentemente a la bajada de sueldos de los trabajadores, son estos los que empiezan a percibir que la deflación quizá no era tan buena. Puede que los productos sean más baratos, pero su renta también es mucho menor.

Poco a poco el poder adquisitivo de todos, empresas y ciudadanos, es cada vez más bajo. No se consume porque no se tiene la seguridad de que se pueda pagar debido a que se sabe que los sueldos seguirán bajando, y lo que es peor, muchas veces no se consume porque se espera que en ese entorno de deflación, mañana, o el mes que viene, los precios serán más bajos. Esta visión hace que muchos pospongan el consumo a un momento posterior donde se esperan beneficiar de precios más bajos todavía.

Todo ello a nivel general de un país, lo que provoca es estancamiento, y el estancamiento provoca más caída de los precios, más caída de beneficios empresariales, menos renta de trabajadores, más paro, menos inversión; y así una rueda que se alimenta a sí misma y que gira cada vez más rápida.

A su vez todo este escenario conlleva una caída en la recaudación de impuestos. Menores beneficios y menores rentas, supone menores impuestos directos. Desde luego sería un gran error por parte de cualquier gobierno intentar compensarlo con mayores impuestos indirectos, ya que esa medida todavía hundiría más a empresas y trabajadores.
Los menores ingresos estatales llevarían a su vez a menores gastos, menor inversión pública. En definitiva a una quiebra del Estado del bienestar, y del Estado en general. 

A todo esto hay que añadir un problema que en este momento se está viviendo en nuestro entorno económico. Cuando la deflación llega después de un periodo de crecimiento como el que se vivió, sobre todo cuando llega después de un periodo donde el crédito fluía sin problema, donde todos (empresas y ciudadanos) se endeudaron hasta niveles no conocidos con anterioridad. En esta situación el problema se agrava.
Esto es así porque en un entorno de deflación los precios bajan, es cierto, pero las deudas contraídas con anterioridad permanecen. Es cierto que los intereses también bajan, ¿pero y el principal?. No olvidemos que el principal también hay que pagarlo; no olvidemos que el montante de deuda es elevado porque nos lo daban, porque podíamos pagarlo con las rentas que teníamos y que esperábamos en el futuro. Pero el futuro ha cambiado; las rentas (quien las sigue teniendo) son cada vez más bajas, y en deflación seguirán bajando, mientras la deuda contraída está ahí, es elevada, y hay que pagarla.

En resumen: la deflación provoca estancamiento, pobreza, dificultades o imposibilidad de salir de la rueda. Pero si te pilla con un endeudamiento heredado de una época anterior, la deflación es la puntilla que te termina de matar.

En fin. No sé si lo he podido explicar de una forma clara y que pueda entenderse. Al menos que se vea más fácil lo que muchas veces los economistas dicen en pocas palabras y nadie entiende. Hay más implicaciones, más facetas que analizar, pero creo que con esto es suficiente para entender el verdadero problema.

Espero que nadie siga pensando que la deflación es buena porque me bajan el alquiler y me ponen en mi casa.



domingo, 6 de julio de 2014

Lo sé, pero me cuesta aceptarlo

No es la primera vez, es la segunda. Pero hoy estoy impactada. Sé que esto ocurre, sé que a mucha gente le ocurre, sé que te deja bloqueado, sé, sé, sé. Pero para mí es la primera vez y estoy tocada, muy tocada.
Esta semana ocurrió. Hoy he ido, iba a ir, pero hoy con más motivo, tenía que ir.
Hay algo que no puedo quitar de mi cabeza, que nunca podré quitar de mi cabeza. Lo veré siempre, me acompañará siempre: su mirada perdida.
Todavía estoy en estado de shock, no sé, estoy como si esto fuera un sueño del que voy a despertar. Pero no, es real, si despierto encontraré lo mismo.
Sé que esto le ocurre a muchas personas, sé que no es nuevo, sé que es un caso más. Sé, sé, sé. Pero para mí es la primera vez. Sé que esto es la recta final. No sé si esa recta será larga o muy corta, no lo sé. Pero sé que es dura, muy dura.
Lo he mirado a los ojos. Y he visto una mirada perdida. He visto una mirada ausente. No he visto miedo. Él nunca ha tenido miedo. Él es, siempre lo ha sido, una persona fuerte. Siempre será una persona fuerte. Pero hoy estaba asustado. Es humano estar asustado.
Mientras comíamos, yo lo miraba. Y solo encontraba esa mirada, esa mirada ausente. Quería tenderle mi mano, quería salvarlo, pero no podía. No sabía.
Estaba ahí, tan indefenso. Tan vulnerable. Un hombre encorvado, doblegado por la vida. Encogido. Tan pequeño ahí sentado. Con su mirada perdida.
Durante todo el viaje de vuelta, solo podía pensar en una cosa. Solo una imagen llenaba mi mente. Quiero que esa imagen siempre esté ahí. Necesito que siempre esté ahí.
Veía a un hombre joven, sonriente, fuerte. Un hombre alto, delgado, guapo. Sobre todo un hombre alto, delgado, guapo. Vestía una camisa a cuadros. Estaba sentado en el quicio de una puerta, sonreía a la cámara. Yo estaba sentada a su lado; pequeña. Él me protegía. Era el hombre más guapo del mundo. Era realmente guapo. ERA, ES, MI PADRE

Ahora estoy llorando. Necesito llorar. Quizá pronto no estará. No sé, quizá no. El destino es implacable, no hay marcha atrás.
Quiero recordar siempre la imagen de aquel joven. Quiero olvidar la mirada perdida


sábado, 31 de mayo de 2014

Reflexiones tras la resaca



Después de una semana muy jugosa escuchando las opiniones de nuestros políticos y personajes no políticos, y una vez que la resaca y el “susto” ya se han ido reposando, creo que ha quedado bastante claro quién es quién.

Después de observar y escuchar a unos y a otros, hay dos palabras con las que puedo resumir mi percepción: frustración y decepción.

Lo de la frustración ya lo esperaba. Sabía que muchos dirían lo de siempre, valorarían los resultados como siempre, y seguiríamos como siempre.

Lo de la decepción ya me ha sorprendido más, porque honestamente, no lo esperaba de tantos, de muchos, ni de algunos. Como escribí hace unos días en un tuit, el domingo ocurrió algo que ha hecho que muchos se quiten la careta y veamos quién hay realmente debajo. Me he sentido muy decepcionada con personas a las que yo consideraba demócratas, y que sin embargo han demostrado no respetar una decisión democrática.
Sé que es muy fácil desacreditar, tirar mierda y salpicar. Pero respetemos a cada uno cómo es, cómo piensa, cómo vive, y sobre todo respetemos las decisiones democráticas. Porque si no lo hacemos, nos cargaremos el sistema.

Me ha sorprendido mucho escuchar hablar sin cesar de populismo, de bolivarismo, de flor de un día, de frikis, de coletas, de capuchas, de ropa barata, etc, etc. Y digo yo, ¿y qué?

La cuestión principal, la única creo yo, es. ¿Por qué ha ocurrido esto? Porque realmente no ha sido porque sí; la gente no se ha vuelto loca, o lo que es peor, gilipollas. La gente sabe muy bien lo que hace. Sospecho que todos los que ahora desacreditan y difaman no se han hecho realmente la pregunta que deben hacerse: ¿qué hemos hecho tan mal para que haya ocurrido esto?

Y es que la culpa no es de quienes han votado, ni de los que han sido votados. La culpa es de quienes han hecho las cosas tan pésimamente mal (unos, otros y todos), que han llevado a muchos a un callejón sin salida. Pero esto no lo reconocerán nunca. Es más fácil difamar.

Me reía hace unos días escuchando a Rajoy en uno de los mítines cuando delante de los suyos (los únicos que acuden a estos eventos), preguntaba emocionado: ¿verdad que todos estamos muy contentos con lo que este gobierno ha hecho?, y la masa respondía, siiiiiiiiiiiiiii. Me reía porque pensaba: no señor Rajoy, esa pregunta hay que salir a la calle y hacerla con el mismo entusiasmo, a ver qué respuesta recibe. Pero claro, para eso no hay lo que hay que tener. Pues bien, ya han dado la respuesta.

Pero en fin, lo de estos lo esperaba. Sin embargo la reacción de los que se encuentran en el otro lado de la balanza me ha decepcionado y mucho. Sobre todo porque no esperaba lo que he escuchado.

¿Qué ha pasado esta semana entre todos los políticos?, pues humildemente pienso que se han acojonado. Sí, están acojonados y no poco.

Acojonados porque se han dado cuenta de que la gente puede hacer cambiar el status en el que estaban apoltronados, y esa gente tiene mucha fuerza. Se han dado cuenta de que ya no se puede seguir engañando, que hay muchos jóvenes a los que se está menospreciando y ninguneando, y eso tiene un precio que van a tener que pagar.

Hay cosas que de verdad me han hecho reír esta semana. Y es que cuando no hay argumentos, se pasa a decir tonterías muy fácilmente. ¿Por qué es tan gracioso que alguien compre la ropa en un gran almacén?, ¿se han preguntado las miles de personas que lo hacen?, incluso las miles de personas que ni eso, que tienen que comprarla en un mercadillo de segunda mano, o ni eso, que tienen que pedirla en una casa de caridad. Si ese detalle de la ropa es tan importante, entonces estáis despreciando a muchos a los que no tenéis ningún derecho a despreciar. Luego pasa lo que pasa y os acojonáis.

En alguna ocasión he escuchado decir que no hay nada más peligroso que aquello que no puedes evitar y que tú nunca harías. Y digo esto por un detalle que creo ha molestado muchísimo a toda la clase política que vive en un nivel acomodado (políticos de todos los colores). De esto no se ha hablado casi nada, pero seguro que ha molestado mucho, y probablemente ha desatado muchas de las críticas absurdas que hemos escuchado.

Voy a explicarlo con un ejemplo de algo que a mí me ocurrió hace unos años. Siempre he sido una persona muy responsable en mi trabajo, y cuando algo había que hacerlo, se hacía sin mirar las horas ni los días. Muchos sábados he pasado trabajando cuando no tenía que hacerlo. Uno de esos días apareció junto a mi mesa uno de mis compañeros y me dijo: haz el favor de no venir más a trabajar un sábado, si lo haces nos dejas mal a los demás que ni venimos ni vamos a venir, así que quédate en tu casa y todos salimos ganando. Lógicamente no le hice caso. Me considero libre para tomar mis decisiones, y los demás son libres para tomar las suyas.

Pues esto mismo creo que ha ocurrido con el detalle de renunciar a cobrar un sueldo de 8.000€ y cobrar 1.900€. Jode mucho, seguro. Porque es muy fácil ser un demagogo y después tener el bolsillo bien surtido. Porque ninguno tiene lo que hay que tener para hacerlo también. Y si me equivoco rectificaré.

Por eso creo que hay mucho acojono. Porque luchar contra decisiones libres y voluntarias que uno nunca tomaría, jode mucho. A ver si por tu culpa vamos a palmar todos. O vamos a parecer malos los demás.
Pues esto es lo que hay. Algo ha cambiado porque tenía que cambiar. Y creo firmemente en que los grandes cambios los provocan las personas pequeñas. Para que unos ganen pierden otros. Sí, por supuesto. Al fin y al cabo lo mismo que ahora; pero cuando cambian las personas que están en un lado y en el otro, jode mucho, porque no es lo mismo. Pero esto es una democracia, y espero que sea así siempre.

Por cierto, este rollaco lo he empezado a escribir esta mañana, después he salido a tomar unas cañitas con una amiga. Hemos hablado de una persona a la que ella conoce. Me ha dicho que es un chico muy inteligente, un luchador. Espero de verdad que así sea porque lo necesitamos. Él, al igual que ella, viven atados a una silla de ruedas. Hemos hablado de Pablo Echenique. ¡Suerte Pablo!