jueves, 25 de junio de 2015

Recuerdo

Estoy en mi habitación mirando un cuadro colgado en la pared. Es una lámina dorada que representa un lago sobre el que flota una mujer desnuda, cubierta con velos transparentes. Sobre el césped, parejas de jóvenes se miran, descansan.
Recuerdo cuando compre esa lámina, me gustó, sabía que quedaría bien donde está. Recuerdo la tienda, la calle, el pueblo.
Recuerdo la entrada de un hotel, quizá la más espectacular que he conocido. Un techo azul turquesa estrellado, soportado por una columnata.
Me recuerdo tumbada en la arena, intentando encuadrar en mi cámara cuatro capiteles taladrando un cielo azul impoluto, limpio como solo en el desierto es posible encontrarlo.
Recuerdo a los niños vestidos de azul, cantando, bailando sobre el escenario de un teatro bimilenario. Recuerdo sus sonrisas y sus torpes intentos por repetir las palabras en castellano que yo les decía.
Recuerdo al hombre que me dió las gracias por respetar a su padre.
Recuerdo el pollo que comí.
Recuerdo el zumo de naranja.
Recuerdo las risas.
Recuerdo un amanecer.
Lo recuerdo todo.


Ah¡ lo olvidaba. No es un sueño. Existió. Su nombre es Palmira.


miércoles, 17 de junio de 2015

¿Y ahora qué?



No sé muy bien cómo empezar a escribir esto. No puedo evitar pensar, ¿y si algún día mis palabras se vuelven en mi contra? No es que eso me cause miedo; en realidad a estas alturas de la vida el miedo ya no existe, aunque sea lo que quieren crearnos. Y eso precisamente es lo que no debemos permitir.

Después de unos días convulsos, no me queda ninguna duda de que la guerra ha comenzado. La guerra contra las ideas, contra el deseo (legítimo sin lugar a dudas) de cambiar este país. Hay muchos intereses, siempre los ha habido y siempre los habrá, que no dejaran que cambien; cueste lo que cueste, caiga quien caiga.

Guillermo Zapata cometió un error, sin duda. Ha pagado por él. Otros han cometido errores, sin duda. Igual que tú, que yo, que todos. Sé que ahora me dirían: pero no es lo mismo, no es comparable, hay errores y errores. Desde luego, los hay. De la misma forma que hay catadura moral o no la hay.

Ayer pude leer como alguien decía que nos han tendido una trampa y hemos caído en ella. Estoy totalmente de acuerdo.

Es indigno que un cargo público hable contra las mujeres como si todas fuésemos fulanas, y no pasa nada.

Es indigno que una vicepresidenta del gobierno hable de los parados como si todos fuesen vagos y defraudadores, y no pasa nada.

Es indigno que un portavoz del gobierno desprecie a las víctimas de un régimen político, y no pasa nada.

Es indigno que una candidata a la alcaldía de la capital de este país hable de los sin techo como si fuesen delincuentes, y no pasa nada.

Y así podría seguir y seguir, pero para qué.

Todos tienen basura en la que buscar, solo que con una diferencia. La suya está muy expuesta, no es necesario rebuscar para encontrarla. O quizá no les importa porque saben que hagan lo que hagan, y digan lo que digan, no pasa nada.

La pregunta que ahora me surge, la que supongo le surge a muchos es: ¿y ahora qué? Van a seguir buscando, escarbando en la basura para exponer todo lo que encuentren, nimio o no tan nimio, todo vale cuando se trata de eliminar al enemigo.

Seguirles el juego es caer en su trampa, es lo que están esperando. El y tú más no sirve; ya hemos visto que siempre habrá una justificación para cada una de sus miserias. ¿Entonces qué?

Hablo por mí. Me considero una persona respetuosa, pero crítica, muy crítica con aquello que no me gusta y que no considero justo. No me gustan los enfrentamientos, ni me gusta ser una persona carroñera, pero sí dejar clara mi postura.

Sigo pensando que entrar en su juego es lo que pretenden. Y entonces, al seguir preguntándome ¿y ahora qué?, no puedo dejar de recordar a Gandhi. No lo sé, quizá esté equivocada, o quizá solo soy una persona pacífica que no se da por vencida, que piensa que la palabra tiene mucho poder.

Ni siquiera sé si he conseguido expresar la rabia que siento. Esto no ha hecho más que empezar. No caigamos en su trampa.