miércoles, 30 de septiembre de 2015

La historia de un hombre bueno. Miguel



Ahora que vivimos tiempos donde día sí y día también tenemos que tragar con tanto corrupto, sinvergüenza, ladrón, etc, etc. Dónde tenemos que comernos la rabia viendo que algunos de los que en otro tiempo nos pretendían dar lecciones de buena ciudadanía, honradez, comportamiento ético y moral impecable; estaban al mismo tiempo haciéndose la cama donde se revolcarían en su indecencia, ambición ilimitada y podredumbre. Ahora precisamente me apetecía contar una historia. La historia de un hombre bueno.

Este hombre vivió tiempos difíciles como muchos de su generación. Nunca tuvo mucho aunque nunca pasó hambre. Trabajó y luchó, luchó, y luchó. Era un hombre muy inteligente, le encantaban las matemáticas, pero nunca pudo estudiar más allá de unos años en la escuela de un pueblecito donde a duras penas un maestro enseñaba a leer y escribir, sumar y restar, y poco más. Si la vida le hubiera brindado la oportunidad de estudiar, hubiera elegido un futuro vinculado a las ciencias, sin ninguna duda

Este hombre vivía en un pequeño pueblecito donde alguien tenía que ocuparse de la oficina bancaria, pero no de una oficina como las que ahora conocemos, sino un servicio llevado a cabo en las horas nocturnas, sacrificando tiempo con su familia cuando después de trabajar todo el día doblado bajo el viento, el sol, el agua o la nieve, volvía a su casa y se encerraba en una habitación haciendo números manualmente, y atendiendo a otros que como él sólo disponían de esas horas nocturnas para atender sus asuntos. Cuando necesitaba fondos, tenía que solicitarlos telefónicamente a la central para que unos días más tarde alguien con una furgoneta no muy diferente a la que se podía utilizar para vender fruta puerta a puerta (eran otros tiempos), se los trajera.

Eran otros tiempos, tiempos de televisión en blanco y negro, de muda limpia los domingos, de misa por aquello del que dirán, qué como ya se sabe en el pueblo se pasa lista. Eran otros tiempos, aunque igual que ahora, había gente honrada y sinvergüenzas, que de algún sitio han tenido que mamar los actuales.

Un día el hombre buscó a sus tres hijos y les hizo entrar en la habitación donde trabajaba. Sentó a su hijo pequeño en sus rodillas y miró a sus dos hijas, también pequeñas aunque menos, sentadas frente a él. Abrió un cajón y sacó un montón de billetes que puso encima de la mesa. Sus hijas lo miraron asombradas, nunca antes habían visto tanto dinero junto, ni él tampoco. Su hijo pequeño, quizá por su edad, quizá por su inocencia, o quizá por ambas cosas, exclamó: aaaaala somos ricos.

Entonces el hombre les habló a los tres: Esto que veis es un millón de pesetas (el euro ni estaba ni se le esperaba). Me lo han traído hoy aunque yo no lo he pedido, yo pedí 10.000 pesetas. Si me lo quedo no se van a enterar porque ya sabéis que siempre tenemos que firmar lo que nos entregan, y hoy hemos firmado que nos entregaban 10.000 pesetas, pero lo que había dentro era un millón. Mañana voy a llamar para devolverlo, así que ya veis que no somos ricos, aunque podríamos serlo si nos lo quedáramos. Lo que quiero deciros es que nunca en vuestra vida os quedéis lo que no es vuestro, ni siquiera aunque sea muy fácil y nadie se entere. Nunca lo hagáis. Quiero que siempre seáis personas honradas, y por eso os he enseñado el dinero, para que sepáis lo fácil que es quedárselo. Lo voy a devolver y quería que vosotros aprendierais esto.

Esta historia probablemente no interese a casi nadie, es sólo la historia de un hombre bueno. Un hombre llamado Miguel.


El hombre que hizo de mí lo que soy, y que me enseñó a ser honrada por encima de todo. Gracias papá. Aquel día, sentada delante de ti junto a mi hermana, mirando sorprendida tanto dinero, me diste una de las muchas grandes lecciones que a lo largo de tu vida me has dado.


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