Cuando en
septiembre de 2008 el banco de inversiones Lheman Brothers cayó, pocos
imaginaban que lo que estaba cayendo era la totalidad de una era, de todo un
sistema que no podía mantenerse durante más tiempo. La palabra crisis apareció
de pronto en todos los lugares, aunque nadie se asustaba ante ella, porque
todos éramos fuertes. En realidad todos nos creíamos fuertes y seguros, hasta
que nos dimos cuenta de que el suelo desaparecía bajo nuestros pies, que todo lo
que nos rodeaba se esfumaba de nuestra vista. De pronto la niebla fue avanzando
hacia nosotros, envolviéndonos y sin dejarnos ver la salida. Y nos preguntamos:
¿cuándo antes ha ocurrido esto? La respuesta, para aquellos que se atrevían a
escucharla era: nunca. O al menos nunca que ninguno recordara.
Buscar
explicaciones es algo que se ha hecho muchas veces desde entonces. Pero lo
importante son las causas, las consecuencias. Cada día desde entonces se
escucha que el próximo año será el año de la recuperación, se escucha hablar de
brotes verdes, se escucha decir que estamos a punto de comenzar a crecer. Pero
cada día y cada año es mayor la sensación de que caminamos sobre arenas
movedizas.
Tenemos que
ser conscientes de que ha finalizado una era, de que el sistema se ha agotado.
El sistema del bienestar que artificialmente construimos, se ha venido abajo. Y
lo ha hecho porque estaba construido sobre unas bases que no podían sostener un
peso de ese calibre. Estoy completamente segura de que nunca volveremos a la situación
que se tenía en 2006 o 2007. Y desde luego pasará mucho tiempo antes de que
vuelvan a verse niveles de crecimiento del 3 o el 4%.
Aunque lo
peor de toda esta situación es que a todos nos ha pillado siendo “ricos”. Esa
es una gran diferencia entre esta crisis y otras anteriores. De pronto todos
vivíamos en el mundo de “yupi”, ir a peor era impensable. Como poco quedarnos
igual. Todos somos culpables de la situación actual, porque todos nos hemos
dejado llevar por la euforia, y sobre todo por la ambición. A nadie nos han
obligado a comprar una casa en una buena urbanización, otra en la playa, ¿y por
qué no? otra en la montaña. A cambiarnos de coche cada tres años. Incluso a que
cada miembro de la familia tenga un coche. Salir a comer fuera, llevar a nuestros
hijos a los mejores colegios, hacer que vivan rodeados de todas las tecnologías
posibles, incluso ser los primeros en adquirir esa nueva tecnología que está a
punto de salir al mercado. Etc, etc, etc.
¿Y ahora
qué? En esta vida, ir de menos a más es fácil y gratificante. Ir de más a menos
es frustrante y deprimente. Y eso es lo que de pronto nos está ocurriendo a
todos. Creíamos que nunca retrocederíamos, y hemos caído por un precipicio.
He querido
escribir sobre todo esto después de que ayer escuché una conversación de esas
que llegan a tus oídos de forma espontánea. Estaba en el parque y cerca de mí
se encontraban sentados una pareja con una niña. La niña preguntó a su padre: ¿papá,
vamos a ir la playa en El Pilar?
El padre le
contestó: no, ahora no podemos ir
La niña:
¿por qué?
El padre:
porque no tenemos dinero para ir a la playa
La niña:
pues vamos a buscar un cajero, ahí te dan dinero cuando metes la tarjeta
¡Ese es el
gran problema! ¿Cómo decimos a nuestros hijos que todo se ha acabado? A esos
hijos que no han conocido una época peor, que han nacido subidos a la burbuja
que nos arrastraba a todos. Son ellos los que más van a sufrir las
consecuencias de la caída de un sistema que ellos no han creado.
Todos
tenemos que comenzar a aprender a vivir en un sistema diferente, y tenemos que
enseñar a nuestros hijos a vivir en ese sistema. Tenemos que hacerlo para no
crearles falsas expectativas, y para enseñarles a ser felices. Todos tenemos
que aprender a ser felices sabiendo que el trabajo ya no será algo seguro, que
los sueldos no se recuperarán hasta el nivel que conocimos, que la jubilación
es algo que no nos llegará como nosotros pensábamos, que el sistema sanitario
quizá no pueda hacer frente a todos nuestros males, que el sistema educativo
quizá, sólo quizá, no esté al alcance de todos a partir de determinado nivel.
Pero sobre
todo tenemos que aprender a cambiar nuestros valores, a buscar el bienestar en
nosotros mismos, en las pequeñas cosas que sí están a nuestro alcance. Y sobre
todo tenemos que aprender de nuestros errores anteriores. Analizar lo que ha
ocurrido, y evitar por todos los medios que vuelva a ocurrir. Porque intentar
reconstruir el sistema anterior es un error, ya que inevitablemente volveremos
a estamparnos.
Todos hemos
sido cómplices de esa vorágine de entusiasmo donde todos éramos “ricos”. Y si
no lo éramos, era tan fácil como “ir al cajero”, o mejor a la entidad bancaria
que nos lo daba todo. Es cierto que ellos han sido unos imprudentes, pero
nosotros nos hemos dejado llevar por eso, y los únicos culpables somos nosotros
mismos.
Yo, como
muchos, pertenezco a esa generación puente que tuvo muy poco en su infancia,
aunque no nos faltó nunca lo imprescindible para vivir. Hemos visto como
nuestros padres han ido consiguiendo para nosotros una serie de cosas que ellos
nunca conocieron, y lo hicieron con mucho esfuerzo y sacrificio. Tuvimos la
gran suerte de entrar en nuestra vida adulta cuando todo era fácil. Nuestros
hijos solo han conocido las vacas gordas. No pensamos que eso no pudiera
mantenerse. Y ahora no sabemos gestionar la situación, nos sentimos perdidos.
Sin embargo
estoy segura de que sabremos encontrar el camino de salida para seguir
avanzando. No será el camino que imaginábamos, pero si sabemos adentrarnos en
él con orgullo y decisión, seremos capaces de crear una nueva era donde poder
vivir. Y eso tenemos que hacerlo cada uno de nosotros, no esperar que otros nos
lo hagan (ningún gobierno va a resolvernos esta papeleta). Pero no debemos
olvidar que no será lo que conocimos. Será otra cosa, pero eso no significa que
no podamos ser felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario