Será por
los días cortos y fríos, será por la inactividad después de tantos años en
activo, será un poco por todo, pero llevo algunos días con un bajón que me está
costando superar. Y de pronto he recordado todo lo que la vida me permitió
conocer en otro momento, experiencias que me hicieron sentir muy afortunada.
Muchas veces he dicho que había aprendido mucho de todas ellas. He dicho que no
debía quejarme por mi suerte, ni dejarme llevar por el desánimo. Sin embargo
estos días han sido como si ya no recordara nada, y eso es injusto. Es injusto
sobre todo para todas las personas que me enseñaron a vivir, y a mirar la vida
con otros ojos. Por eso he decidido hacer un ejercicio que me sirva de terapia
para volver a sentirme mejor. Y al mismo tiempo compartirlo con todo aquel que
lo desee.
·
Era un día con una temperatura de
45 grados centígrados y una humedad del 99%. Me encontraba en Kerala, en el sur
de India. De pronto sentí un mareo y supe que la tensión me estaba jugando una
mala pasada por culpa del calor. Me tumbé en el suelo, junto a la orilla de un
río. Un niño se acercó a mí y me miró. Tenía la cara sucia. En las manos
sujetaba una lata de la que extraía con los dedos arroz blanco y se lo llevaba
a la boca. Me miraba con sus ojos negros y me sonrió. Se agachó a mi lado y
tendiendo hacia mí la lata me hizo un gesto para que cogiera un poco de arroz y
comiera.
Fue
un gesto que me emocionó. Él solo tenía aquella comida y me la ofrecía para que
yo mejorara. Le devolví una sonrisa.
·
Una tarde, paseando por la orilla
derecha del río de los Perfumes, en Hue, llegué al mercado y curiosee entre los
distintos puestos. Paré en uno donde se ofrecían hierbas de todo tipo. Una
mujer anciana y con la piel de la cara arrugada, atendía el puesto. Estaba
fumando una pipa larga y muy delgada. Pronto supe lo que fumaba y le sonreí
señalando la pipa. Ella se la quitó de la boca y me la ofreció sonriendo. Le
faltaban varios dientes, pero su sonrisa era sincera. Me preguntó de dónde
venía y terminó diciéndome:
_
Los europeos os equivocáis
_
¿Por qué?
_
Siempre estáis pensado para vivir en el futuro y nunca en el presente
_
¿Y eso es malo?
_
No os deja vivir, perdéis el tiempo
_
¿Por qué?
_
Porque no veis algo importante. No veis que siempre es presente y nunca futuro.
Por eso no vivís.
_
Todos no son así
_
Muchos sí
Volvió
a sonreírme y se metió de nuevo la pipa en la boca. Le devolví la sonrisa y me
alejé pensando en lo que había dicho.
·
Una tarde de monzón me encontraba
haciendo trekking en la jungla birmana junto a otras personas, en las montañas
cercanas a la frontera con China. El agua caía con tal intensidad que tuvimos que
refugiarnos en una de las aldeas repartidas por las montañas. Entramos en el
poblado en fila india. Una mujer nos hizo señas para que nos cobijáramos en el porche
de su cabaña. Subimos a la plataforma elevada del suelo por estacas. La mujer
nos sacó unas telas para que nos secáramos, y un cesto con cacahuetes asados
por ella misma para reponernos. En todo momento estuvo pendiente de nosotros. De
pronto escuchamos un grito de dolor dentro de la cabaña. Miramos hacia dentro
extrañados. A través de nuestro guía pudimos saber que dentro había una mujer
joven de parto, tenía problemas y estaban esperando que llegara alguien para
ayudarla. Tenía que llegar desde otro poblado y no sabían si llegaría a tiempo.
Nos
conmovió que estuviera pendientes de nuestro bienestar mientras la joven estaba
sufriendo sin poder ayudarla. No podíamos hacer nada por ella, así que salimos
del pueblo para que pudieran acompañarla mientras llegaba quien la ayudara.
Nunca
supe si llegaron a tiempo.
·
En Camboya conocí a un hombre que
nos acompañó durante toda nuestra estancia. Siempre sonreía, siempre estaba
pendiente de nosotros, siempre tenía detalles para que estuviéramos cómodos, y
cada día nos cantaba Guantanamera. Un día hablé con él y me preguntó si en
España se curaban los sordomudos. Le dije que los sordomudos no eran enfermos,
y que aunque no podían curarse, sí que podían vivir sin muchos problemas. Entonces
supe que su única hija era sordomuda. En Camboya eso era un gran problema y
nunca podría tener una vida digna. Su sueño era trabajar para poder ir a EEUU
donde su hija podría vivir con dignidad.
Me
emocionó ver su eterna sonrisa a pesar del drama que era su vida. Yo no sé si
hubiera sido capaz de sonreír en sus circunstancias.
Cuando
abandoné el país, volvió a cantar Guantanamera, y yo me marché llorando.
·
Llegué a Perú veinte días después
del terremoto que sufrió en 2007. Viajé a la zona de Pisco, donde se habían
producido más daños. Las casas estaban derruidas y la gente se calentaba alrededor
de las hogueras que encendían. Una mujer acarreaba adobes y los apilaba para
volver a buscar más, mientras varios niños pequeños caminaban detrás de ella.
Le pregunté por qué hacía aquello.
_
Tengo que volver a construir mi casa
_
¿Y si hay otro movimiento y vuelve a caerse?, los adobes no aguantan
_
No tenemos otra cosa, tantas veces como caiga volveremos a levantarla
·
En Guatemala, junto al lago Atitlan,
una niña vestida con un traje blanco bordado con dibujos de colores, me sonrió
desde la puerta de una casa. Me acerqué a ella. Enseguida una mujer salió y me
mostró un folleto donde aparecía la misma niña con el mismo vestido. Me explicó
que su hija había sido la elegida para representar a Guatemala en el folleto
turístico que se repartiría por todo el mundo. La niña estaba muy contenta y no
dejaba de sonreír. Me invitaron a su casa y entré. El interior era muy pobre,
extremadamente pobre. Varios niños correteaban a mi alrededor. Todos eran hijos
suyos. No los conté pero debían ser 8 ó 9. Llevaba caramelos en la mochila y
los saqué para repartirlos entre todos. Sus ojos se agrandaron de alegría, y me
miraban sonriendo. El más pequeño de todos apenas se tenía en pie, era muy
pequeño y no le di caramelos. Cuando todos sus hermanos se marcharon, él se
quedó frente a mí, mirándome con ojos suplicantes.
Le
dije a su madre:
_
No le he dado un caramelo porque es muy pequeño y se ahogará
_
No se ahogará, me respondió
Le
di un caramelo. Lo cogió con su manita y se lo llevó a la boca con el plástico.
Al verlo lo subí a mis rodillas e intenté sacarle el caramelo de la boca para
pelarlo. No podía, hacía fuerza con sus dientes para que no se lo quitara.
Cuando conseguí sacarlo, quité el papel y volví a metérselo en la boca. Me
sonrió, mientras yo me limpiaba la mano llena de mocos. Las velas que colgaban
de su nariz quedaron en mi mano. Le sonreí.
Su
hija había protagonizado un folleto turístico, pero eso no les había aliviado
su pobreza.
Hay más
historias, más sonrisas. Seguro que otra tarde de bajón volverán a hacerme
sentir mejor. Porque a pesar de todo, nunca aprenderé. Sé que hoy y los días
anteriores, he pensado más en el futuro que en el presente, y por eso me he
agobiado. No tengo excusa, aquella mujer me lo dijo:
Siempre es
presente, nunca es futuro.