miércoles, 6 de noviembre de 2013

Marketing barato



Cada día me sorprendo más del aluvión de optimismo desbordado que arrastra últimamente al ministro de Hacienda, el señor Montoro. Pase que el tercer trimestre de 2013 ha marcado un crecimiento del 0,1%, pero de ahí a escuchar la cantidad de cosas que tenemos que escuchar, me parece como poco de una falta de respeto enorme hacia tantas y tantas personas que están en una situación muy desesperada, y que tienen que ver cómo se las excluye en toda esta historia.

Desde luego no me cabe duda de que el señor Montoro aprobó sin dificultad la asignatura de Marketing, porque en eso es un lince. Pero para vender algo, además hay que tener un buen producto, y creo que los únicos dispuestos a comprarlo en este momento son los inversores extranjeros que andan en busca de gangas en el mercado. Y desde luego que las han encontrado. La sensación que damos es que este país está en liquidación, ¿o quizá es esa la realidad? “Está llegando el capital extranjero en cantidades asombrosas”, nos están vendiendo en las últimas semanas ¡Como si esto fuera una suerte! Vamos a ver, aquí lo que está ocurriendo es que nuestras grandes empresas están en rebajas, estamos liquidando saldos, y puede que hasta demos un 2 x 1. Poco a poco vamos a perder el control sobre nuestra producción, y lo que es peor, lo que ahora puede parecer pan caído del cielo, se va a transformar en beneficios que saldrán del país hacia los países de origen del capital. Y aquí nos quedaremos con una mano delante y otra detrás, porque ya nada será nuestro.
Pero lo que más me asombra de toda la euforia del señor Montoro es que solo habla de las cifras macroeconómicas, ¿y las microeconómicas?. Porque estas son las que nos afectan a todos los ciudadanos de a pie que somos los jodidos en todo esto. ¿De verdad cree que a todos los desempleados, a todos los jubilados, a todos los que están con un ERE, etc. etc. les sirve para algo que suba el IBEX 35, que baje la prima de riesgo, que la balanza comercial tenga superávit? Pues no, no les sirve para nada. Además, cuando diga las cosas, hágalo de forma que lo entiendan todos, o sino cállese. Por ejemplo, el superávit de la balanza comercial me hace mucha gracia. Porque por supuesto que dicho así es un dato positivo, muy positivo, pero si se analiza más detenidamente ahí la cosa cambia.
Un superávit de la balanza comercial significa que el dinero que entra en el país es mayor que el dinero que sale por transacciones de compra-venta. Vamos, que las exportaciones (ventas al extranjero) son mayores que las importaciones (compras al extranjero). Hasta aquí genial. Lo malo es que en este momento, el superávit se debe fundamentalmente a que nuestros productos están muy baratos ya que las circunstancias nos han llevado a una caída de precios generalizada para poder subsistir, y eso favorece las ventas en el exterior (otro ejemplo más de que estamos de saldo, además de un riesgo de deflación). Pero al mismo tiempo el poder adquisitivo de los españoles está cayendo también a marchas forzadas (desempleo, bajadas de sueldos, disminución de beneficios, etc etc), y por ese motivo las importaciones son bajas. Si no hay poder adquisitivo no se consume ni dentro ni fuera. Desde este punto de vista el superávit ya no es tan beneficioso como se quiere hacer creer. Vendemos fuera porque estamos baratos para ellos, pero a pesar de eso no tenemos capacidad adquisitiva para comprar ni fuera ni dentro.

Aunque situación macroeconómica aparte, lo que ya es una desfachatez es que llevado por esa euforia inexplicable, el señor Montoro insinúe que una cifra de 87.000 parados más en el mes de octubre es un dato que muestra una tendencia positiva y un dato esperanzador para el futuro. Y eso sin contar lo que está en cola de espera para seguir engordando las cifras del paro en noviembre y siguientes (Fagor, Canal 9, otras televisiones autonómicas, etc).

Lo que este país necesita es menos marketing barato, menos vendernos humo, y más soluciones. Pero soluciones de verdad. Y si no saben o no pueden, como tampoco van a dimitir, por lo menos quédense calladitos.

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