jueves, 21 de noviembre de 2013

Siempre es presente, nunca es futuro




Será por los días cortos y fríos, será por la inactividad después de tantos años en activo, será un poco por todo, pero llevo algunos días con un bajón que me está costando superar. Y de pronto he recordado todo lo que la vida me permitió conocer en otro momento, experiencias que me hicieron sentir muy afortunada. Muchas veces he dicho que había aprendido mucho de todas ellas. He dicho que no debía quejarme por mi suerte, ni dejarme llevar por el desánimo. Sin embargo estos días han sido como si ya no recordara nada, y eso es injusto. Es injusto sobre todo para todas las personas que me enseñaron a vivir, y a mirar la vida con otros ojos. Por eso he decidido hacer un ejercicio que me sirva de terapia para volver a sentirme mejor. Y al mismo tiempo compartirlo con todo aquel que lo desee.


·                Era un día con una temperatura de 45 grados centígrados y una humedad del 99%. Me encontraba en Kerala, en el sur de India. De pronto sentí un mareo y supe que la tensión me estaba jugando una mala pasada por culpa del calor. Me tumbé en el suelo, junto a la orilla de un río. Un niño se acercó a mí y me miró. Tenía la cara sucia. En las manos sujetaba una lata de la que extraía con los dedos arroz blanco y se lo llevaba a la boca. Me miraba con sus ojos negros y me sonrió. Se agachó a mi lado y tendiendo hacia mí la lata me hizo un gesto para que cogiera un poco de arroz y comiera.
Fue un gesto que me emocionó. Él solo tenía aquella comida y me la ofrecía para que yo mejorara. Le devolví una sonrisa.


·           Una tarde, paseando por la orilla derecha del río de los Perfumes, en Hue, llegué al mercado y curiosee entre los distintos puestos. Paré en uno donde se ofrecían hierbas de todo tipo. Una mujer anciana y con la piel de la cara arrugada, atendía el puesto. Estaba fumando una pipa larga y muy delgada. Pronto supe lo que fumaba y le sonreí señalando la pipa. Ella se la quitó de la boca y me la ofreció sonriendo. Le faltaban varios dientes, pero su sonrisa era sincera. Me preguntó de dónde venía y terminó diciéndome:
_ Los europeos os equivocáis
_ ¿Por qué?
_ Siempre estáis pensado para vivir en el futuro y nunca en el presente
_ ¿Y eso es malo?
_ No os deja vivir, perdéis el tiempo
_ ¿Por qué?
_ Porque no veis algo importante. No veis que siempre es presente y nunca futuro. Por eso no vivís.
_ Todos no son así
_ Muchos sí
Volvió a sonreírme y se metió de nuevo la pipa en la boca. Le devolví la sonrisa y me alejé pensando en lo que había dicho.


·           Una tarde de monzón me encontraba haciendo trekking en la jungla birmana junto a otras personas, en las montañas cercanas a la frontera con China. El agua caía con tal intensidad que tuvimos que refugiarnos en una de las aldeas repartidas por las montañas. Entramos en el poblado en fila india. Una mujer nos hizo señas para que nos cobijáramos en el porche de su cabaña. Subimos a la plataforma elevada del suelo por estacas. La mujer nos sacó unas telas para que nos secáramos, y un cesto con cacahuetes asados por ella misma para reponernos. En todo momento estuvo pendiente de nosotros. De pronto escuchamos un grito de dolor dentro de la cabaña. Miramos hacia dentro extrañados. A través de nuestro guía pudimos saber que dentro había una mujer joven de parto, tenía problemas y estaban esperando que llegara alguien para ayudarla. Tenía que llegar desde otro poblado y no sabían si llegaría a tiempo.
Nos conmovió que estuviera pendientes de nuestro bienestar mientras la joven estaba sufriendo sin poder ayudarla. No podíamos hacer nada por ella, así que salimos del pueblo para que pudieran acompañarla mientras llegaba quien la ayudara.
Nunca supe si llegaron a tiempo.


·              En Camboya conocí a un hombre que nos acompañó durante toda nuestra estancia. Siempre sonreía, siempre estaba pendiente de nosotros, siempre tenía detalles para que estuviéramos cómodos, y cada día nos cantaba Guantanamera. Un día hablé con él y me preguntó si en España se curaban los sordomudos. Le dije que los sordomudos no eran enfermos, y que aunque no podían curarse, sí que podían vivir sin muchos problemas. Entonces supe que su única hija era sordomuda. En Camboya eso era un gran problema y nunca podría tener una vida digna. Su sueño era trabajar para poder ir a EEUU donde su hija podría vivir con dignidad.
Me emocionó ver su eterna sonrisa a pesar del drama que era su vida. Yo no sé si hubiera sido capaz de sonreír en sus circunstancias.
Cuando abandoné el país, volvió a cantar Guantanamera, y yo me marché llorando.


·                  Llegué a Perú veinte días después del terremoto que sufrió en 2007. Viajé a la zona de Pisco, donde se habían producido más daños. Las casas estaban derruidas y la gente se calentaba alrededor de las hogueras que encendían. Una mujer acarreaba adobes y los apilaba para volver a buscar más, mientras varios niños pequeños caminaban detrás de ella. Le pregunté por qué hacía aquello.
_ Tengo que volver a construir mi casa
_ ¿Y si hay otro movimiento y vuelve a caerse?, los adobes no aguantan
_ No tenemos otra cosa, tantas veces como caiga volveremos a levantarla



·                     En Guatemala, junto al lago Atitlan, una niña vestida con un traje blanco bordado con dibujos de colores, me sonrió desde la puerta de una casa. Me acerqué a ella. Enseguida una mujer salió y me mostró un folleto donde aparecía la misma niña con el mismo vestido. Me explicó que su hija había sido la elegida para representar a Guatemala en el folleto turístico que se repartiría por todo el mundo. La niña estaba muy contenta y no dejaba de sonreír. Me invitaron a su casa y entré. El interior era muy pobre, extremadamente pobre. Varios niños correteaban a mi alrededor. Todos eran hijos suyos. No los conté pero debían ser 8 ó 9. Llevaba caramelos en la mochila y los saqué para repartirlos entre todos. Sus ojos se agrandaron de alegría, y me miraban sonriendo. El más pequeño de todos apenas se tenía en pie, era muy pequeño y no le di caramelos. Cuando todos sus hermanos se marcharon, él se quedó frente a mí, mirándome con ojos suplicantes.
Le dije a su madre:
_ No le he dado un caramelo porque es muy pequeño y se ahogará
_ No se ahogará, me respondió
Le di un caramelo. Lo cogió con su manita y se lo llevó a la boca con el plástico. Al verlo lo subí a mis rodillas e intenté sacarle el caramelo de la boca para pelarlo. No podía, hacía fuerza con sus dientes para que no se lo quitara. Cuando conseguí sacarlo, quité el papel y volví a metérselo en la boca. Me sonrió, mientras yo me limpiaba la mano llena de mocos. Las velas que colgaban de su nariz quedaron en mi mano. Le sonreí.
Su hija había protagonizado un folleto turístico, pero eso no les había aliviado su pobreza.


Hay más historias, más sonrisas. Seguro que otra tarde de bajón volverán a hacerme sentir mejor. Porque a pesar de todo, nunca aprenderé. Sé que hoy y los días anteriores, he pensado más en el futuro que en el presente, y por eso me he agobiado. No tengo excusa, aquella mujer me lo dijo:
Siempre es presente, nunca es futuro.

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