Estaba yo por aquí leyendo
periódicos, poniéndome un poco al día, mientras mi mente seguía funcionando de
forma un poco autónoma. Bueno, tampoco es eso, pero de alguna forma va buscando
imágenes archivadas en el disco duro, o jugándome malas pasadas (no, mejor
buenas pasadas), creando ideas que me tientan mucho. A ver si me explico sin
que nadie piense que se me ha ido la chaveta.
El otro camino por el que ha
divagado mi mente tiene que ver con las desgraciadas noticias que nunca acaban
sobre los subsaharianos muertos, los que siguen saltando la valla, los que
están esperando para saltar. Y sobre la hipocresía de algunas personas que
defienden la vida, pero ¿la vida de quién?. Yo no me considero ni mejor ni peor
que nadie; sé y entiendo que no podemos dejar la puerta abierta para que entre
todo el mundo como Pedro por su casa. Pero de ahí a permanecer impasibles ante
la muerte de personas, sin que en muchos casos se sientan siquiera esas
pérdidas, como si fuesen simplemente gatos aplastados por las ruedas de un
coche en una carretera. Eso me cuesta aceptarlo, y me fastidia que no se
entienda. ¿Es que no se dan cuenta de que son personas?, y no me vale lo de que
“ellos se lo han buscado”; son personas.
Y mientras me hacía estas y
algunas otras preguntas, mi mente me ha ofrecido en bandeja una idea, la idea
para una historia. Solo enfrentándonos a la realidad de otro, podemos entender
sus motivos, su lucha, su forma de actuar, su desesperación.
¿Y si existieran mundos
paralelos?, mundos donde todo funciona como un espejo. Todo lo que existe en
uno también existe en el otro, pero como en un espejo, lo que en uno está en un
lado, en el otro está en el lado contrario. Mundos que no saben de la
existencia del otro, hasta que …………………………….
Imaginemos por un momento a
cualquiera de nosotros, con un trabajo, una estabilidad, una familia a la que
le hemos ofrecido todas las comodidades, etc, etc. Imaginemos que una noche nos
acostamos en nuestra cama de siempre, a la espera del sonido del despertador
para ir a trabajar a nuestro despacho. Pero lo que nos despierta al amanecer es
el sonido de un mundo que no conocemos. Ahí están nuestra mujer, nuestros
hijos, nuestros vecinos, nuestros conocidos, nuestra casa, nuestra calle,
nuestra ciudad. Pero todo y todos son diferentes (pobreza, miseria, una
chabola, un jergón maloliente, una calle de tierra y barro, una ciudad
claramente tercermundista). No entendemos lo que pasa, y nadie nos entiende a
nosotros, nos toman por locos cuando hablamos de lo que hasta la noche anterior
era nuestro mundo. ¿Qué mundo?, esto siempre ha sido así. El mundo de los ricos
está al otro lado del Estrecho, en África. Pero allí no es fácil entrar. Tienen
vallas, y policía vigilando las costas. Muchos de los nuestros van a Melilla y
a Ceuta, para intentar pasar al otro lado. Los que han conseguido pasar viven
mejor que nosotros, aunque muchos han desaparecido. Dicen que en Marruecos hay
cementerios con tumbas anónimas donde entierran a los que mueren sin poder ser
identificados.
Es para volverse loco, ¿no?
Despertarse una mañana y comprobar que el tercer mundo es Europa, que la vida y
el futuro empiezan en Tánger. Que el mundo está regido por dos grandes
potencias económicas, la UEA (Unión Económica Africana), y la gran potencia
mundial motor de todo el planeta, India. Que si quieres un futuro para tu
familia tienes que saltar la valla e intentarlo al otro lado.
No me he vuelto loca. Es solo una
idea que mi mente me ha dado, la idea para una historia. Mundos paralelos, sin
conexión. Pero a veces, solo a veces, alguien puede despertar en el otro mundo
donde todo es igual, pero todo está en el lado contrario. Y entonces tienes que
enfrentarte a la realidad que hasta ayer no te preocupaba porque era la
realidad de otros. Hasta que es tu realidad.
Es solo una idea, pero quizá,
ojalá, pueda y sepa convertirla en una historia.
¡Bendita mente que a veces
divaga!
Creo que por hoy ya he leído bastantes
noticias.
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