No estoy muy activa últimamente
por aquí, y no es porque no quiera, pero las circunstancias no me dejan mucho
tiempo para ocuparme de este rincón. Aunque eso no significa que me haya
olvidado. Escribir me relaja muchísimo y me permite expresarme mejor que de
ninguna otra forma.
Me gustaría, tengo que
confesarlo, poder comentar mis palabras con esas personas que me leen. Me hace
ilusión, me encanta ver que hay quienes se acercan a este humilde rincón, e
imagino leen lo que yo en un momento de tristeza, de alegría, de esperanza, de
indignación muchas veces, escribo. Creo que es un privilegio, una gran suerte,
poder llegar hasta ese alguien; no importa el número, importa el hecho de que ahí
hay personas a quienes puedes transmitir emociones y sentimientos.
Y hablando de suerte, y aunque sé
que en varias ocasiones a lo largo de este escaparate, he repetido esto, me
siento afortunada, muy afortunada. Y me pregunto muchas veces si realmente lo
merezco. ¿Por qué yo?, ¿por qué no todos los demás?
El motivo de mi falta de tiempo
es el trabajo, un trabajo que perdí como tantos y tantos en este país; un
trabajo que encontré como pocos, muy pocos en este país. En realidad un trabajo
que alguien que me conocía muy bien, que confiaba en mí plenamente, me
recomendó.
Me siento muy afortunada, porque yo
no he hecho nada especial, no soy ni mejor ni peor que nadie; tengo defectos,
fallos; he hecho daño a otras personas, sin quererlo, sin desearlo, y me ha
dolido mucho porque soy incapaz de hacer daño. Yo no soy perfecta. Y sin
embargo he tenido mucha suerte. A veces me pregunto si realmente la merezco.
Hoy muchos luchan por un trabajo, un trabajo de mierda que no va a cubrir todas
sus necesidades, pero que al menos les garantice un techo bajo el cual
probablemente no haya luz, no haya calefacción, y algunos días tampoco haya
comida, pero al menos un techo. Y lo peor es que se ha llegado a una situación
en la que nos conformamos con esto, porque sin ese trabajo de mierda todavía es
peor.
Por eso en mitad de toda esta
desesperación en la que vivimos, me siento tan afortunada. Porque yo salí del
agujero, con un trabajo digno, muy digno. Con mucho trabajo, mucho esfuerzo,
pero eso nunca me ha asustado. Podía no haber encontrado nada, como tantos.
Podía haber sido un trabajo de mierda, como para muchos. Sin embargo es un
trabajo mejor, más gratificante, y más apasionante que el que durante 23 he
tenido. Y además hay un ambiente increíble; hay compañerismo, hay muy buen
rollo. Hay algo que hoy en día no se encuentra en casi ningún sitio; la empresa
nos cuida, nos mima, y eso es un lujazo.
Esta semana lo hablaba con un
amigo. Le decía: es increíble que puedas servirte un café cuando quieras sin
tener que ir a una máquina a echar la monedita; es increíble ver como cada
mañana hay fruteros llenos de manzanas para que podamos comerlas y no pasar
hambre; es increíble que cada viernes puedes comer junto al resto de compañeros
una comida encargada por la empresa a un restaurante cercano (ayer lasaña de
carne y ensalada de queso de cabra). Es increíble que la terraza que rodea las
instalaciones esté alfombrada con hierba artificial, mesas bajas y tumbonas. Y
es increíble como ahora que empiezan a llegar días agradables, cualquiera puede
en un momento irse con su portátil a trabajar a la terraza. Es increíble todo,
de verdad. Y me siento afortunada, muy afortunada. Sin embargo no puedo dejar
de pensar en el resto de personas. ¿Por qué yo?, ¿por qué no todos los demás?
No hay comentarios:
Publicar un comentario