martes, 11 de marzo de 2014

Mi pequeño homenaje al 11M

Hace unos años escribí una historia que espero algún día vea la luz. Hoy quiero compartir un capítulo donde el 11M jugó un papel fundamental en el desenlace final de la trama. Quise incluir aquel día fatídico como un homenaje para todas las víctimas. Compartiendo estas líneas con todo aquel que desee leerlas, pretendo aportar mi pequeño grano de arena para que nunca se olvide a ninguno de ellos.






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     Aquella mañana de marzo Pablo llegó muy temprano al hospital. Las prácticas comenzarían a primera hora; antes había quedado con un compañero para tomar un café. Se encontraron en la cafetería donde desayunaron antes de encaminarse hacia la sala de estudiantes para buscar la bata y dejar sus cosas en la taquilla.

    _ Hoy he salido corriendo de casa, ni siquiera he podido desayunar, le dijo a su amigo, y yo sin un buen desayuno soy incapaz de ponerme en marcha.

    La cafetería estaba llena a esa hora. Madrid era una ciudad donde todo el mundo tenía prisa, muchos esperaban a llegar a su trabajo para tomar un café. Encontraron una mesa ocupada por otros compañeros y se hicieron un hueco entre ellos.

    Ya estaban camino de la sala de estudiantes cuando observaron un movimiento entre el personal sanitario que no era habitual. Los encargados de la centralita estaban muy nerviosos, contestando sin cesar y hablando con enfermeras que salían corriendo en busca de alguien. Pablo vio a varios médicos correr hacia las salas de urgencias, y los conductores de ambulancias salieron uno tras otro, dejando el parking vacío.

    _ ¿Qué ocurre?, preguntó Pablo a su amigo.

    _ No tengo ni idea.

    En ese momento una enfermera pasó al lado de los dos amigos y les dijo.

    _ Hoy van a ser muy necesarios en urgencias, vayan hacia allí, deprisa.

    _ Un momento, contestó Pablo, ¿qué está ocurriendo?

    _ ¿No lo saben?, un tren ha tenido un grave accidente en Atocha y hay muchos heridos.

    _ ¿Qué tren?

    _ Un cercanías.

    Cuando llegaron a urgencias las noticias eran otras. No se trataba de un tren sino de cuatro, todos en la misma línea. Y no se trataba de un accidente. Las noticias eran muy confusas, pero no había duda, se trataba de un atentado. Varias bombas habían estallado en cuatro trenes diferentes y en puntos distintos: Santa Eugenia, el Pozo del Tío Raimundo y Atocha.

    _ Si lo que dicen es cierto, habrá cientos de heridos, les dijo uno de los médicos. Están movilizando a todo el personal médico disponible. Esto va a ser una locura.

    Fue una mañana que Pablo nunca olvidaría; los heridos llegaban sin cesar y algunos estaban en condiciones lamentables. Aquello había sido muy grave. Ayudó en todos los lugares donde podía, y transcurridas unas horas su bata y sus brazos estaban cubiertos de sangre. Nunca había visto nada parecido, él y los demás estudiantes estaban sobrecogidos. Apenas tenían tiempo para hablar, y las noticias que recibían se sobreponían unas a otras.

    En un momento de respiro, uno de los médicos le dijo que se hablaba de un atentado. Él nunca había visto víctimas de atentados destrozadas de esa forma.

    _ Esto es una masacre, ¿quién puede hacer algo así?, comentó Pablo con uno de sus compañeros.

    _ Las últimas noticias hablan de un atentado islamista, le dijo este.

    _ ¿Un atentado islamista, pero por qué?

    _ Nunca hay explicación para este tipo de cosas.

    Volvieron a recabar su atención. Las ambulancias no paraban de llegar y apenas tenían espacio para atender a las víctimas. Una mujer murió mientras Pablo le sujetaba la mano, tenía el pecho abierto. Se decía que todos los hospitales de Madrid estaban saturados, que había muchos muertos.

    A las cinco de la tarde Pablo consiguió unos minutos de descanso, estaba agotado, y sobre todo estaba impresionado; nunca hubiera imaginado que tuviera que enfrentarse a algo así. Sabía que ser médico te obligaba a ser fuerte y a soportar situaciones dolorosas, pero nunca hubiera imaginado que tuviera que enfrentarse a algo parecido. Se acercó a la sala para buscar otra bata, la que llevaba había perdido su color, teñida completamente de rojo. El móvil que guardaba en la taquilla marcaba varias llamadas perdidas, todas eran de su madre. Iba a llamarla cuando uno de sus compañeros estudiantes entró para decirle que se necesitaba urgentemente sangre, las reservas se estaban agotando.

    _ Vamos a dar lo que podamos, le dijo a Pablo, ¿vienes?

    _ Por supuesto, después llamaré a mi madre, debe estar preocupada.

    Eran las siete de la tarde cuando pudo llamarla:

    _ ¡Pablo!, por fin puedo hablar contigo. No sé nada de tu hermana, no la encuentro.

    _ ¿Qué quieres decir con que no la encuentras?

    _ Llevo todo el día llamándola y el móvil suena, pero no contesta. Es lo que pasa con muchos móviles, lo dicen en las noticias. Estoy muy asustada Pablo, ¿dónde puede estar, y si estaba en los trenes?

    _ Mamá, ella no coge esa línea, ¿por qué iba a estar en los trenes?

    _ Anoche no vino a dormir, ya la conoces, lleva su vida y no quiere que nos metamos en ella. No sé dónde está y tampoco sé si ha podido subir a ese tren. Su móvil suena y no contesta.

    _ Tranquilízate mamá, seguro que está bien, estará asustada, o quizá no puede llegar a casa. Aquí dicen que Madrid es un caos, todo el mundo está bloqueado y conmocionado. Creo que tendré que quedarme toda la noche, luego te llamaré, no te preocupes.

    Volvió a la sala de urgencias; las camillas estaban por todas partes y los quirófanos no habían dejado de funcionar en ningún momento. Iba a ser una noche muy larga.

    Lo que le había dicho su madre comenzó a preocuparlo. Si Ángela sabía lo que había ocurrido, ¿por qué no contestaba al móvil? Cuando apareciera tendría que hablar muy seriamente con ella, no podía seguir comportándose así, su madre estaba sufriendo mucho.

    La llamó de nuevo a las diez de la noche; seguía sin noticias de Ángela. Tenía que hacer algo.

    _ Intenta dormir un poco mamá, yo me ocuparé de todo. Esta noche me quedo en el hospital, pero hablaré con los demás hospitales.

    Una enfermera se acercó a él para preguntarle si ocurría algo.

    _ Es mi hermana, no aparece y mi madre piensa lo peor.

    _ ¿Podía estar en los trenes?

    _ Ya no lo sé, podía estar en cualquier sitio.

    _ Hay muchas personas buscando a sus familiares. Ya has visto todo esto, llegan sin nada, han perdido sus pertenencias y su estado no les permite hablar. Y en Ifema es peor, los muertos están irreconocibles. Han comenzado a recoger muestras de sangre para localizar a las personas desaparecidas por el ADN. Seguro que tu hermana estará bien, pero si te quedas más tranquilo quizá es mejor que pidas una comparativa de ADN.

    _ Voy a hacerlo, es muy duro pero será lo mejor. Iré yo, no quiero que mi madre pase por este trance.

    Preguntó en la recepción dónde podía entregar una muestra de su sangre para intentar localizar a su hermana. Le tomaron todos los datos y el número de teléfono.

    _ Se está trabajando a marchas forzadas para identificar a todas las personas, si obtenemos algún resultado lo llamaremos inmediatamente.

    A pesar de su estado de ánimo, Pablo continuó trabajando toda la noche, solo se permitió descansar una hora y apenas pudo hacerlo, pensando sin cesar en su madre y en su hermana. No quería llamarla para no asustarla, aunque sabía que estaría despierta sin poder dormir.

    Al día siguiente volvió a casa para cambiarse de ropa. Encontró a su madre sentada en el sofá, con la cara hinchada de tanto llorar. Se sentó junto a ella y la abrazó.

    _ Mamá, la buscaremos, hay muchas personas desaparecidas pero la encontraremos, ya lo verás.

    _ ¿Y si está entre los muertos?

    _ No digas eso, ni lo pienses siquiera.

    _ Perdí a tu padre y ahora no puedo perdeos a vosotros.

    _ No nos perderás. Déjalo en mis manos, confía en mí, la encontraré. Ahora tengo que volver al hospital.

    Le partía el alma dejar a su madre en aquellas circunstancias. Era una mujer fuerte, aunque nunca la había visto tan hundida, ni siquiera tras la muerte de su padre. Entonces la empujaba una fuerza para salir adelante por ellos. Ahora la sola idea de perder a su hija la superaba.

    Antes de comenzar a atender a los heridos, pasó por la oficina para preguntar sobre las identificaciones.

    _ Se avanza muy deprisa, le dijeron, pero todavía quedan bastantes personas por identificar.

    Aunque no estaba permitido, dejó el móvil en el bolsillo de la bata. En las actuales circunstancias lo entenderían. Eran las cuatro de la tarde cuando escuchó el sonido del aparato; era un número desconocido.

    _ ¿Sí?, contestó.

    _ ¿Es usted Pablo Figueiredo?

    _ Sí, soy yo.

    _ Le llamamos del hospital de La Princesa. Hay una chica herida, todavía se encuentra inconsciente. Usted buscaba a su hermana entre las víctimas, ¿no es así?

    _ No hemos podido encontrarla desde ayer; ¿es ella, se encuentra ahí?

    _ Sí, es ella. La hemos identificado por su muestra de sangre.

    _ ¿Cómo está?

    _ Está fuera de peligro, puede estar tranquilo. Sufrió una conmoción y todavía se encuentra inconsciente.

    _ Bien, iré ahora mismo.

    Después de colgar llamó a su madre, el teléfono comunicaba. Volvió a llamarla mientras se trasladaba hacia el hospital de La Princesa, pero seguía comunicando. Pagó al taxista y entró corriendo dirigiéndose a la recepción.

    _ Soy Pablo Figueiredo, me han llamado porque mi hermana se encuentra ingresada aquí, es una de las víctimas del atentado.

    _ Espere un momento, le dijo la recepcionista mientras consultaba una lista.

    _ Sí señor Figueiredo, su hermana se encuentra en la habitación 215. Pregunte primero en el control de la planta por si hubiera algún problema y no pudiera verla en este momento.

    No esperó al ascensor y subió las escaleras de dos en dos. Una vez en la planta buscó la habitación 215.

    _ ¿Puedo verla?

    _ Puede entrar, pero no la moleste. Le hemos quitado la sedación y poco a poco ira recuperando la consciencia. Es la cama que hay junto a la ventana.

    Pablo abrió la puerta despacio y entró en la habitación; las dos camas estaban ocupadas. Una chica con heridas en la cara lo miró desde la cama junto a la pared. Se acercó hacia la ventana. Cuando estaba solamente a unos pasos se quedó parado y volvió a mirar a la chica junto a la pared, después volvió la cara de nuevo hacia la cama ocupada por su hermana y la miró fijamente, a continuación salió al pasillo en busca de la enfermera.

    _ ¿Todavía está inconsciente?, preguntó la enfermera.

    _ ¿Esto no será una broma pesada?, contestó Pablo con seriedad, porque no es nada gracioso.

    _ ¿Perdón?, respondió la enfermera sorprendida, ¿qué quiere decir?

    _ Esa chica no es mi hermana, no sé quién es.

    La expresión de la enfermera se transformó.

    _ No es posible, somos conscientes de que todo esto es muy doloroso y hemos puesto todo el cuidado en hacer las identificaciones, le contestó mientras volvía al control de la planta y sacaba del archivo un sobre.

    Extrajo de él unos gráficos que Pablo reconoció como los típicos del ADN.

    _ Permítame, dijo extendiendo una mano, soy estudiante de medicina y tengo conocimientos para poder leer estos gráficos.

    La enfermera se los tendió. Todavía estaba estudiándolos cuando sonó el móvil.

    _ Pablo, escuchó la voz de su madre, sé que me has llamado. ¡Está bien, asustada y arrepentida, pero está bien!

    _ ¿Te refieres a Ángela, dónde está?

    _ En Toledo, ya te contaré. Lo importante es que está bien.

    _ Mamá, estoy en el hospital de La Princesa. Ahora que sabemos que a Ángela no le ha ocurrido nada, creo que deberías venir aquí.

    _ ¿Qué haces en el hospital de La Princesa?

    _ No te preocupes, no me ocurre nada, pero ven en cuanto puedas. Me encontrarás en la habitación 215. No estoy ingresado, solamente estoy visitando a alguien.

    _ ¿A quién?

    _ Ven y lo entenderás.



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