Hace un año todavía estaba en
aquel lugar. No sabía lo que estaba a punto de ocurrir en unas semanas más.
Pero el destino es implacable, y lo que tiene que ocurrir, ocurre; incluso lo
que nunca piensas que puede ocurrir. Por suerte, también esto vale para las
cosas positivas; si algo tiene que ocurrir, ocurrirá.
Me prometí que nunca volvería. Me
marché sin volver la vista atrás, dejando allí no solamente la mitad de mi
vida, sino muchos recuerdos, y sobre todo mucha lucha. Quienes me vieron luchar
saben cuánta.
Aquel edificio era muy nuevo,
pero los sueños se trasladaron a él al igual que el mobiliario, los archivos,
los ordenadores. Y el día que tuve que abandonarlo, sentí un nudo en la
garganta, caminé sin volver la vista atrás, y me prometí que nunca volvería a
pasar por aquel lugar. Aquel día me llevé un recuerdo, necesitaba hacerlo. Una
llave. No del edificio, nunca volvería a entrar en él; una llave que no tenía
ninguna importancia.
Hace unas semanas pasé en coche
por delante; yo no conducía y no fui yo quién decidió pasar por allí. Cerré los
ojos, pero volví a abrirlos y todavía estaba allí. Me impactó lo que vi y me
entristeció. No pude evitarlo a pesar de haberme prometido que no volvería.
Volví, hace unos días volví hasta la valla que cierra el paso, y miré el lugar.
Las enormes cristaleras estaban cubiertas de pintadas. Ojalá algún artista
callejero al menos hubiera estampado allí alguna obra de arte, pero no era el
caso.
Sentí el abandono. Entre los
escasos huecos que las pintadas dejaban pude vislumbrar una puerta abierta.
Sabía que estaría abierta, como yo la dejé. Volví a recordar cómo estaba todo,
dónde estaba todo: el interruptor, la raspadura en la moqueta, la baldosa
rajada. Y unas puertas más adelante una caja fuerte de las de antes, de las que
solo un camión-grua puede levantar. Sabía que la llave de esa caja estaría
encima, donde yo la dejé. Una llave que no servía para nada sin la contraseña.
Entonces los números vinieron a mi cabeza. Me sorprendí, no la había olvidado.
Aunque eso no importaba; dentro no había nada importante. Sonreí, sí, dentro
dejé aquel billete falso de 50€ que un cliente nos coló, y que siempre quedó
allí en el fondo de la caja. Lo vi el día que la vacié. Pensaba dejarla
abierta, pero dejé dentro el billete, la cerré, dejé la llave encima, y me
marché. Nadie necesitaba más aquel armatoste, y saber que solo yo podía abrirla
me hacía sentir alguien.
Sí, lo sé, soy una sentimental.
Después entregué todas las llaves menos una; la llave de la puerta de mi
despacho ¿Qué importancia tenía? Esa puerta la dejé abierta, y hace pocos días
seguía abierta. Desde la valla la vi. Sentí nostalgia. Lo sé, soy una
sentimental.
Si puedo no volveré, porque el
deterioro será implacable. Espero que aquella puerta siga abierta. Ya nadie la
cerrará. Nunca me han gustado las puertas cerradas.
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