domingo, 11 de mayo de 2014

Una llave



Hace un año todavía estaba en aquel lugar. No sabía lo que estaba a punto de ocurrir en unas semanas más. Pero el destino es implacable, y lo que tiene que ocurrir, ocurre; incluso lo que nunca piensas que puede ocurrir. Por suerte, también esto vale para las cosas positivas; si algo tiene que ocurrir, ocurrirá.

Me prometí que nunca volvería. Me marché sin volver la vista atrás, dejando allí no solamente la mitad de mi vida, sino muchos recuerdos, y sobre todo mucha lucha. Quienes me vieron luchar saben cuánta.

Aquel edificio era muy nuevo, pero los sueños se trasladaron a él al igual que el mobiliario, los archivos, los ordenadores. Y el día que tuve que abandonarlo, sentí un nudo en la garganta, caminé sin volver la vista atrás, y me prometí que nunca volvería a pasar por aquel lugar. Aquel día me llevé un recuerdo, necesitaba hacerlo. Una llave. No del edificio, nunca volvería a entrar en él; una llave que no tenía ninguna importancia.

Hace unas semanas pasé en coche por delante; yo no conducía y no fui yo quién decidió pasar por allí. Cerré los ojos, pero volví a abrirlos y todavía estaba allí. Me impactó lo que vi y me entristeció. No pude evitarlo a pesar de haberme prometido que no volvería. Volví, hace unos días volví hasta la valla que cierra el paso, y miré el lugar. Las enormes cristaleras estaban cubiertas de pintadas. Ojalá algún artista callejero al menos hubiera estampado allí alguna obra de arte, pero no era el caso.

Sentí el abandono. Entre los escasos huecos que las pintadas dejaban pude vislumbrar una puerta abierta. Sabía que estaría abierta, como yo la dejé. Volví a recordar cómo estaba todo, dónde estaba todo: el interruptor, la raspadura en la moqueta, la baldosa rajada. Y unas puertas más adelante una caja fuerte de las de antes, de las que solo un camión-grua puede levantar. Sabía que la llave de esa caja estaría encima, donde yo la dejé. Una llave que no servía para nada sin la contraseña. Entonces los números vinieron a mi cabeza. Me sorprendí, no la había olvidado. Aunque eso no importaba; dentro no había nada importante. Sonreí, sí, dentro dejé aquel billete falso de 50€ que un cliente nos coló, y que siempre quedó allí en el fondo de la caja. Lo vi el día que la vacié. Pensaba dejarla abierta, pero dejé dentro el billete, la cerré, dejé la llave encima, y me marché. Nadie necesitaba más aquel armatoste, y saber que solo yo podía abrirla me hacía sentir alguien.

Sí, lo sé, soy una sentimental. Después entregué todas las llaves menos una; la llave de la puerta de mi despacho ¿Qué importancia tenía? Esa puerta la dejé abierta, y hace pocos días seguía abierta. Desde la valla la vi. Sentí nostalgia. Lo sé, soy una sentimental.


Si puedo no volveré, porque el deterioro será implacable. Espero que aquella puerta siga abierta. Ya nadie la cerrará. Nunca me han gustado las puertas cerradas.

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