martes, 11 de febrero de 2014

Proyecto



Estoy inmersa desde ayer en la finalización de un proyecto que lleva empezado casi cuatro años. Se trata de finalizar la escritura de una novela, mi segunda novela. Entré en esta aventura de la escritura de golpe, sin pensar muy bien lo que hacía, pero sabiendo muy bien porqué lo hacía.

Recuerdo muy bien el día en el que escribí la primera frase de esa primera novela que solo unas pocas personas han podido leer. Pensé que nunca pasaría de esa primera frase, y la primera sorprendida por el resultado fui yo. A partir de ese momento, el gusanillo que imagino se apodera de todo escritor (aunque yo no soy escritora ni mucho menos, solo una aficionada), me pidió otro reto, y yo lo asumí. Pero una cosa es un reto y otra muy diferente las ideas; encontrar ese algo que se convierta en una historia que atrape, o al menos que interese. Crear algo nuevo es difícil. Se ha escrito de todo y sobre todo, y en esa vorágine de historias, mundos, sueños e imaginación, es complicado ver tu historia, la que solo tú puedes escribir con tu forma particular de crear.

Recuerdo muy bien cómo vi la historia que ahora estoy finalizando. Fue hace cuatro años, caminando sin rumbo por la Medina de Fez en Marruecos. Quien conozca ese lugar sabrá que es una medina intrincada, donde perder la orientación es muy fácil. Callejuelas muy estrechas, abarrotadas de todo y de todos. Aromas intensos, algunos más agradables que otros, voces, sonidos, gritos, rebuznos de asnos circulando en todas las direcciones; pavimento sucio, pulido, agua negruzca en el suelo; edificios antiguos, muy antiguos, puertas de madera labrada, grandes aldabas, patios de mezquitas, sandalias en el umbral, llamadas a la oración desde lo alto de las callejuelas. Vas circulando entre todo este mundo, y de pronto lo ves claro, yo lo vi. Mi idea, que de alguna forma ya existía, cobró forma. Y entonces supe lo que iba a escribir, y sobre todo supe sin ninguna duda cómo iba a hacerlo.

Esto fue hace cuatro años. En el año siguiente escribí el 90% de la novela, y algo que para mí era fundamental, escribí el final de la novela. Desconozco si esto funciona así, pero también creo, es lo que me dice mi escasa experiencia, que al escribir hay que hacerlo de forma que cada página, cada capítulo, cada frase, se escriba cuando la inspiración te la muestra de esa forma que entonces y solo entonces puedes plasmar. A todos nos ha ocurrido que en un determinado momento tenemos esa frase que nos gusta, que es cojonuda, y queremos retenerla para no olvidarla, pero cuando llegamos a nuestra casa no la recordamos, o no la recordamos igual, y nos decimos: mecachis, con lo buena que era y no me acuerdo.

Por eso este reto que me planteé, lo afronté de una forma desordenada, construyendo las piezas del puzle a medida que surgían, sin orden lógico, y montando el puzle después. Cuando volví de Marruecos sabía cuál sería la estructura de la historia, de donde partía y a dónde quería llegar. Sería una historia aparentemente sin sentido, pero todo se colocaría en su lugar, todo tendría un sentido cuando se llegara al final. Esa era la clave, el final. Ese final iba a ser inesperado. Ese era mi principal objetivo.

Escribí todo en retazos sueltos, apuntados en cualquier momento cuando me surgía la frase que encajaba, para no olvidarla. Escribí hacia adelante, hacia atrás, yendo y volviendo continuamente hacia donde mi imaginación me llevaba. Lo dicho, un puzle que después iba montando, colocando cada párrafo escrito en hojas sueltas, en el lugar que le correspondía. Entre tanto mi cabeza seguía pensando en el final, un final que ya sabía, pero tenía que darle forma. No quería un final soso y anodino, sabía lo que quería, pero necesitaba inspiración para hacerlo. Sencillo, lógico, pero especial. Y recuerdo cómo surgió, de golpe, como siempre. Fue un domingo y acababa de volver de un viaje de fin de semana, era un mes de enero. No tenía sueño y abrí el portátil. Ese día estaba inspirada, muy inspirada. Ni siquiera di la luz, escribí en la oscuridad, únicamente con la luz de la pantalla.

Después todo aquel proyecto quedó relegado por circunstancias que no voy a detallar. Hasta que hace unos meses lo retomé, pero no fui capaz de crear nada. Repasé despacio todo lo escrito y volví a sentir las sensaciones que en su momento quise transmitir. Esta es la magia de las palabras, que aunque pase el tiempo puedes captar su imán si las escribiste con el corazón.

Ahora me siento inspirada de nuevo, al menos lo suficiente para terminar lo que queda. Creo que es el momento, antes de comenzar un nuevo proyecto de otra índole, a nivel profesional. Y en esto ando desde ayer. En realidad toda la historia está ya escrita, solo falta rellenar algunos huecos con piezas del puzle que son secundarias, pero que se necesitan para que la estructura del edificio sea homogénea y no se venga abajo.

Me apetecía comentarlo aquí, compartirlo.



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