Estoy inmersa desde ayer en la finalización de un proyecto
que lleva empezado casi cuatro años. Se trata de finalizar la escritura de una
novela, mi segunda novela. Entré en esta aventura de la escritura de golpe, sin
pensar muy bien lo que hacía, pero sabiendo muy bien porqué lo hacía.
Recuerdo muy bien el día en el que escribí la primera frase
de esa primera novela que solo unas pocas personas han podido leer. Pensé que
nunca pasaría de esa primera frase, y la primera sorprendida por el resultado
fui yo. A partir de ese momento, el gusanillo que imagino se apodera de todo
escritor (aunque yo no soy escritora ni mucho menos, solo una aficionada), me
pidió otro reto, y yo lo asumí. Pero una cosa es un reto y otra muy diferente
las ideas; encontrar ese algo que se convierta en una historia que atrape, o al
menos que interese. Crear algo nuevo es difícil. Se ha escrito de todo y sobre
todo, y en esa vorágine de historias, mundos, sueños e imaginación, es
complicado ver tu historia, la que solo tú puedes escribir con tu forma
particular de crear.
Recuerdo muy bien cómo vi la historia que ahora estoy
finalizando. Fue hace cuatro años, caminando sin rumbo por la Medina de Fez en
Marruecos. Quien conozca ese lugar sabrá que es una medina intrincada, donde
perder la orientación es muy fácil. Callejuelas muy estrechas, abarrotadas de
todo y de todos. Aromas intensos, algunos más agradables que otros, voces,
sonidos, gritos, rebuznos de asnos circulando en todas las direcciones;
pavimento sucio, pulido, agua negruzca en el suelo; edificios antiguos, muy
antiguos, puertas de madera labrada, grandes aldabas, patios de mezquitas,
sandalias en el umbral, llamadas a la oración desde lo alto de las callejuelas.
Vas circulando entre todo este mundo, y de pronto lo ves claro, yo lo vi. Mi
idea, que de alguna forma ya existía, cobró forma. Y entonces supe lo que iba a
escribir, y sobre todo supe sin ninguna duda cómo iba a hacerlo.
Esto fue hace cuatro años. En el año siguiente escribí el 90%
de la novela, y algo que para mí era fundamental, escribí el final de la
novela. Desconozco si esto funciona así, pero también creo, es lo que me dice
mi escasa experiencia, que al escribir hay que hacerlo de forma que cada
página, cada capítulo, cada frase, se escriba cuando la inspiración te la
muestra de esa forma que entonces y solo entonces puedes plasmar. A todos nos
ha ocurrido que en un determinado momento tenemos esa frase que nos gusta, que
es cojonuda, y queremos retenerla para no olvidarla, pero cuando llegamos a
nuestra casa no la recordamos, o no la recordamos igual, y nos decimos:
mecachis, con lo buena que era y no me acuerdo.
Por eso este reto que me planteé, lo afronté de una forma
desordenada, construyendo las piezas del puzle a medida que surgían, sin orden
lógico, y montando el puzle después. Cuando volví de Marruecos sabía cuál sería
la estructura de la historia, de donde partía y a dónde quería llegar. Sería
una historia aparentemente sin sentido, pero todo se colocaría en su lugar,
todo tendría un sentido cuando se llegara al final. Esa era la clave, el final.
Ese final iba a ser inesperado. Ese era mi principal objetivo.
Escribí todo en retazos sueltos, apuntados en cualquier
momento cuando me surgía la frase que encajaba, para no olvidarla. Escribí
hacia adelante, hacia atrás, yendo y volviendo continuamente hacia donde mi
imaginación me llevaba. Lo dicho, un puzle que después iba montando, colocando
cada párrafo escrito en hojas sueltas, en el lugar que le correspondía. Entre
tanto mi cabeza seguía pensando en el final, un final que ya sabía, pero tenía
que darle forma. No quería un final soso y anodino, sabía lo que quería, pero
necesitaba inspiración para hacerlo. Sencillo, lógico, pero especial. Y
recuerdo cómo surgió, de golpe, como siempre. Fue un domingo y acababa de
volver de un viaje de fin de semana, era un mes de enero. No tenía sueño y abrí
el portátil. Ese día estaba inspirada, muy inspirada. Ni siquiera di la luz,
escribí en la oscuridad, únicamente con la luz de la pantalla.
Después todo aquel proyecto quedó relegado por circunstancias
que no voy a detallar. Hasta que hace unos meses lo retomé, pero no fui capaz
de crear nada. Repasé despacio todo lo escrito y volví a sentir las sensaciones
que en su momento quise transmitir. Esta es la magia de las palabras, que aunque
pase el tiempo puedes captar su imán si las escribiste con el corazón.
Ahora me siento inspirada de nuevo, al menos lo suficiente
para terminar lo que queda. Creo que es el momento, antes de comenzar un nuevo
proyecto de otra índole, a nivel profesional. Y en esto ando desde ayer. En
realidad toda la historia está ya escrita, solo falta rellenar algunos huecos
con piezas del puzle que son secundarias, pero que se necesitan para que la
estructura del edificio sea homogénea y no se venga abajo.
Me apetecía comentarlo aquí, compartirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario