El diseño
urbanístico de esta ciudad ha cambiado mucho en los últimos años. Y aunque se
han producido algunas actuaciones que con toda seguridad han supuesto un gasto
absurdo en los bolsillos de todos los contribuyentes, el resultado general creo
que es positivo. Zaragoza se ha convertido en una ciudad moderna, una ciudad de
la que podemos sentirnos orgullosos aquellos que la amamos. Pero al mismo
tiempo ha mantenido su faceta de ciudad bimilenaria, y sus tesoros ocultos en
el subsuelo hasta hace un tiempo, hoy pueden ser admirados y disfrutados por
todos.
El gran
cambio se produjo en 2008, con una Expo que como todo evento de estas
características, dejó un nivel de endeudamiento elevado. En este país nunca
hemos sabido gestionar bien este tipo de cosas. Aunque yo lo que quiero es
resaltar la parte positiva, y el cambio que en el diseño urbanístico dejó aquel
evento. Surgieron edificios nuevos que dieron una nueva imagen a la ciudad,
pero lo que a mí personalmente más me gusta es la recuperación del río Ebro.
Creo que ese fue el mayor logro de todos.
Poder
disfrutar del río y sus riberas es un auténtico placer durante cualquier día
del año, especialmente cuando llega la primavera y el verano. Hacerlo durante
los días festivos es algo que nunca se había podido hacer en esta ciudad, y el
resultado es increíble.
Hoy es
posible caminar, pasear, disfrutar en definitiva, desde el Azud construido al
final de la ciudad, río abajo, hasta el Puente del Tercer Milenio, construido
al final del recinto de la Expo. Y puede hacerse por cualquiera de sus orillas,
en una sucesión de parques, paseos y rincones diferentes que son una auténtica
delicia.
A mí me
gusta comenzar este recorrido caminando desde mi casa hasta el Azud, y cruzarlo
despacio, inclinándome sobre el río para ver como el agua se eleva artificialmente
subiendo el nivel a lo largo de toda la ciudad. Una vez en la margen izquierda
comienzo mi caminar despacio, remontando el río y disfrutando de todos sus
rincones. El primer tramo es el que enlaza el Azud con el Puente de la Unión.
Es este un puente alto que une ambas orillas en un arco enorme, solo posible
con los actuales avances en la ingeniería. El camino entre ambos puentes
circula a través de un paseo donde los árboles derraman sus ramas sobre el
camino, y crean sombras que alivian el calor durante el verano. Pronto se llega
al embarcadero, de donde parten los barcos que remontan el río en viajes
turísticos, aunque poco rentables económicamente. Aquí se puede hacer una
primera parada, tomar algo en la terraza del embarcadero y contemplar el río. El
Puente de la Unión está cerca, pero antes de llegar se atraviesa un lugar
poblado de árboles, en algunos de los cuales se han construido casitas para los
niños, y para los no tan niños. Puedo dar fe de ello, yo he subido a algunos de
ellos, disfrutando de la niña que se esconde en algún lugar dentro de mí.
El
siguiente tramo, entre el Puente de la Unión y el Puente de Hierro, es uno de
mis favoritos. Puede recorrerse en tres niveles diferentes: en el nivel más
alto, junto a la carretera, el camino está embaldosado junto al carril bici. En
el nivel intermedio, un camino de tierra flanqueado de farolas, y un manto verde
en ambos lados, a su derecha se eleva hasta el nivel superior, a su izquierda
desciende hasta el río. Y el nivel inferior, junto a la orilla del río,
caminando sobre la hierba que llega hasta el agua. Este es el que más me gusta.
Tumbarme sobre la hierba bajo algunos de los árboles, y sobre todo sentarme en
la orilla, sobre un grupo de piedras que crean un espigón, con un libro en la
mano, y leer en aquella tranquilidad que se respira sin que el ruido del
tráfico cercano llegue hasta mí.
Ya junto al
Puente de Hierro se ha creado una zona llena de mesas y bancos de madera donde
poder hacer picnic. Y cruzando bajo el puente se entra en el siguiente tramo,
el que une el Puente de Hierro con el Puente de Piedra. Este recorrido comienza
con un mirador sobre el río, una estructura de metal y suelo de madera,
escondida entre los sauces que lo cubren. El camino hasta el Puente de Piedra
pasa junto a un restaurante ubicado en un antiguo molino, y se estrecha hasta
descender hasta el nivel del agua, flanqueado a su derecha por un gran muro de
piedra que se levanta varios metros. Esta es la última zona que se recuperó, y
la imagen que desde el camino de cemento se puede tener del Puente romano con
la Basílica del Pilar levantándose detrás, es impresionante. Yo llevo muchos
años en esta ciudad, y cuando contemplé esta imagen, tuve la sensación de
encontrarme en algún lugar desconocido hasta el momento. Y me gustó.
La pared de
piedras antiguas se encuentra horadada por multitud de agujeros donde las
palomas se refugian. Es el llamado Balcón de San Lázaro, asomándose sobre el
río Ebro junto al Puente romano, en el lugar donde se encontraron los restos
del antiguo cuartel de San Lázaro, perteneciente a la época de los Sitios de
Zaragoza.
A estas
alturas del recorrido ya nos encontramos sobre el Puente de Piedra, o el Puente
Romano que lleva dos milenios contemplando pasar las aguas bajo él. Descendiendo
por los escalones que encontramos una vez lo cruzamos, se accede al parque de
Macanaz, entre el Puente de Piedra y el Puente de Santiago. Esta zona donde
pocas personas osaban adentrarse antes de 2008, es ahora un parque con zonas de
juego para los niños, terrazas de verano para todos, y bancos de piedra con
forma semicircular desde donde se puede contemplar la Basílica del Pilar
exactamente enfrente. Otra imagen para mí desconocida hasta que el parque
Macanaz se convirtió en lo que hoy es. Imágenes nuevas en esta ciudad, como la
silueta del tranvía circulando sobre el Puente de Santiago. Al otro lado de
este puente aparece una explanada que llega hasta el río en escalones anchos,
pero el camino continúa hasta llegar al Puente de la Almozara. Aunque antes hay
que pasar frente al Club deportivo Helios, y el embarcadero desde el que salen
y llegan todas las piraguas que circulan por el río. Aquí el camino se esconde
de la vista de todo el mundo. A un lado pueden verse las pistas de tenis del
Club deportivo. El camino es estrecho y por el lado del río una cerca de madera
rústica permite asomarse y crear la sensación de encontrarse en un camino de
montaña, más que en un camino junto al río. Vamos descendiendo hasta llegar al
Puente de la Almozara, y tras cruzar bajo él ya podemos ver al fondo el recinto
moderno que fue la Expo. Pero antes hay que pasear por el parque nuevo que se
creó para este evento. Yo lo llamo el paseo de las ranas, por las figuras de
estos animales que se distribuyeron a lo largo del muro que se asoma desde
arriba al río. Se puede descender por algunas escaleras y caminar junto al
agua, o se puede hacer el mismo camino a lo largo del parque superior, donde el
agua surge de diferentes fuentes.
Pronto se
llega a la Pasarela sobre el río Ebro. Es uno de los edificios que caracterizan
a esta nueva ciudad. Una pasarela suspendida sobre el río, sujeta por cables de
acero que parten desde un obelisco central. La sensación que se tiene cuando se
atraviesa provoca mareos en algunas personas, porque la pasarela cimbrea, se
mueve con el viento o con el paso de las personas.
Más allá de
este punto se entra en el recinto Expo, donde otros dos puentes todavía
atraviesan el río. El Pabellón Puente, con su diseño espectacular, y el Puente
del Tercer Milenio. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Cuando yo
realizo mi paseo por las riberas del río, cruzo sobre la pasarela cimbreante
hasta la margen derecha, para realizar el camino de vuelta. Ya en la otra
orilla, el primer tramo hasta el Puente de la Almozara hay que hacerlo sobre
pasarelas de madera, elevadas sobre una orilla arenosa. A partir del Puente de
la Almozara, se puede continuar por las anchas aceras junto a la carretera, o a
nivel más bajo, por caminos de tierra prensada. A mí me gustan más estos
últimos, hasta que el río llega hasta el muro que protege a la ciudad de las
crecidas del agua, y la única opción es subir las escaleras que llevan hasta la
carretera, y continuar a lo largo de la barandilla que llega hasta más allá del
Puente de Santiago, concretamente hasta el Club Naútico, frente a la Basílica
del Pilar. En este punto, unas gradas permiten sentarse y observar el río, el
embarcadero, los barcos que pasean, o algún espectáculo que se represente
debajo. O simplemente descender hasta el paseo que lleva junto a los altos
muros donde cloacas romanas desembocan en el río. Todo siempre que las crecidas
lo permitan, ya que esta zona se inunda fácilmente, y entonces solo es posible
continuar por la parte superior, junto a la carretera, hasta llegar al Puente
de Hierro.
A partir de
aquí un nuevo parque nos lleva hasta el Puente de la Unión. Un parque con
pistas de patinaje, un bosque de sonidos, y un bonito puente peatonal sobre la
desembocadura del río Huerva. En este lugar se pueden encontrar bandas de
música durante las mañanas de domingo, y muchos jóvenes patinando.
Finalmente,
vuelvo junto al Azud, en la margen derecha, y mi camino a lo largo de las
riberas del río finaliza. Un camino de varios kilómetros, que hasta hace unos
años era inviable. Admirar sus puentes: modernos, antiguos, estilizados, de
piedra, de hierro, de cemento, de diseño.
Sin embargo
esto no es todo, hay mucho más. La ruta del camino de la Alfranca, que comienza
junto al Azud, hasta la Cartuja Baja, es increíble. Y en el otro extremo del
río, junto a la Expo, el Parque del Agua permite todo tipo de diversiones y
actividades. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Hoy quería
compartir mi paseo por ambas orillas, a lo largo de la ciudad, de una ciudad
que hoy me gusta más.
La ciudad
de los puentes, así me gusta llamarla desde que este recorrido se puede hacer. Está
aquí, al alcance de todo el que quiera descubrirla.