viernes, 30 de agosto de 2013

Reflexiones durante una tarde ociosa



Hoy me preguntaba, sin poder evitarlo: ¿soy una persona normal?  Y ésta no es una pregunta gratuita. Me lo pregunto realmente porque cada día parece que hacer las cosas que yo hago, es una rareza. Es algo que sólo hacen las personas sin ambición.
Y por eso me he puesto a repasar mentalmente todo aquello que conforma mi vida a grandes rasgos.
_ Tengo una casa normal
_ Tengo un coche normal
_ Tengo un trabajo normal
_ No tengo a nadie que conduzca mi coche
_ No tengo a nadie que prepare la comida en mi cocina, de hecho no tengo a nadie que haga nada en mi casa.
_ Me muevo por la ciudad en bus o en tranvía
_ Cuando salgo de viaje, lo hago en clase turista
_ Cuando me alojo en un hotel, lo hago en habitaciones normales
Y así podría seguir con la lista, pero ¿para qué?. Está claro, soy una persona muy normal, y esto hoy en día ya no sé si es sinónimo de persona sin ambición.

Es cierto que la ambición, la avaricia, incluso la avaricia desmedida siempre han existido. Pero últimamente parece que estas características humanas estén de moda. Y parece que sólo quienes las practican sean dignos de admiración.
Y por eso en una tarde ociosa, finalizando mis vacaciones y pensando en tener que volver al trabajo para seguir ganándome la vida, me he puesto a pensar en todo esto, y a escribir sobre ello.

En realidad nunca he podido entender que puede llevar a una persona a ambicionar todo, y cuando lo tiene todo, a seguir ambicionando más y más. ¿Realmente estas personas se paran a pensar en algún momento que la vida es para vivir cada minuto, cada segundo con intensidad? ¿Y que para hacerlo no se necesitan tantas cosas ni tanto dinero? A veces pienso que el ansia de dinero les llega a nublar la visión de lo que realmente es la vida, y entonces me dan pena. Sí, pena.
Aunque también hay que distinguir entre dos categorías de ambición.
Por una parte están aquellos que han conseguido mucho con su trabajo, su esfuerzo, y sobre todo su iniciativa. Ésta y sólo ésta es la ambición que todos deberíamos tener, ésta es la ambición positiva, la que admiro. La ambición del emprendedor, del triunfador.
La otra es la que me repugna. Y en realidad no debería llamarla ambición, sino avaricia. Estas personas que son capaces de pasar por encima de las leyes y de las instituciones para acaparar riqueza sin control, sin medida. Estos que se rodean de una parafernalia de respeto y dignidad, y que en realidad son burdos delincuentes. Estos son los que me dan pena, sí pena. Y no lo digo en el sentido literal de la palabra. Desde luego se han merecido su situación actual. Digo pena en el sentido de que para vivir como quieren, para sentirse poderosos y envidiados han tenido que recurrir a ser unos vulgares ladrones. ¡Qué pena que nunca hayan podido saber lo que es disfrutar de la vida de verdad! , de esos pequeños momentos, esos pequeños detalles que son los que hacen que la vida sea lo más bonito del mundo.
Y de estos hay muchos, todos ansían lo mismo, ninguno tiene límite a su avaricia. Aunque todos no llegan a acumular lo mismo. No porque no quieran, sino porque no pueden. Pero todos son iguales.
Yo he conocido a algunos, no a los grandes, pero he conocido a algunos. Se creen los amos del mundo porque pueden tener cosas que el resto de los mortales no tenemos. Alardean de ellas, y sobre todo alardean de sus “amigos”, esos que les hacen la pelota, parece que les quieren mucho, salen en las fotos con ellos, les invitan a comer en grandes restaurantes, les regalan grandes viajes.
Pero cuando esos avariciosos caen, por una circunstancia o por otra, entonces de pronto se quedan solos. Ninguno de esos “amigos” está entonces cerca para salir en la foto, porque ya no hay fotos, ni para tenderles una mano. Tiene que ser muy triste esa soledad. Sí, realmente qué triste es.

¡Cuánto me alegro de ser una persona normal! Ojalá siempre sea una persona normal.
Y ahora me voy a tomar unas cervezas con mis amigos normales, en un lugar normal, pasando un rato normal.

No, eso no. Pasando un rato fenomenal, ése que sólo las personas normales podemos pasar. Porque esto es la verdadera vida, la vida que merece la pena. La vida que me gusta vivir.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Trabajando



Ya terminan las vacaciones y comienza un nuevo curso en el trabajo. Bueno, en realidad lo de curso es una forma de hablar porque no me dedico a la enseñanza. Solo de pensar en la cantidad de papeles que encontraré encima de mi mesa, la bandeja del correo electrónico llena a rebosar, y las notas con avisos pendientes de atender, pienso que voy a necesitar meses para poner un poco de orden. Aunque en realidad esto me ocurre cada año, y después me pongo al corriente en unos días.
Aunque este año juego con ventaja. Vuelvo antes que en otras ocasiones y el IVA no me pillará. Porque siempre está ahí acechando, esperando a que vuelva de mis vacaciones para recordarme que el día 20 está próximo, a veces muy próximo. “Y recuerda que este mes es doble, julio y agosto”, me susurra una vocecilla en mi cabeza. Y su primo el IRPF, que siempre se alían para venir a comer el mismo día.
Cuántas veces he envidiado a quienes tienen que presentar estas declaraciones trimestrales. Hasta octubre sin problemas. Sin embargo yo siempre, desde que comencé mi andadura profesional, he tenido que vérmelas con estos dos elementos mensualmente. Excepto en agosto, que se toman vacaciones. Pero a cambio llega septiembre, con la depre postvacacional, aunque yo nunca la he sufrido, y como dicen por aquí: si no quieres taza, toma tazón. Julio y Agosto en el mismo lote, el mismo día, y sin demoras. Qué ya se sabe, las demoras se pagan y Hacienda somos todos.

Así que nada, el lunes me tomaré unos días para ponerme al día, y después voy a por vosotros, IVA e IRPF, que este año me da tiempo incluso a tomar carrerilla.

martes, 27 de agosto de 2013

Noches de buenos amigos y tequila



Hoy revisando fotos de estos últimos años he encontrado una foto de Mikao, y eso me ha hecho recordar los buenos ratos que pasé con esta persona hace cinco años en México. Mikao es japonesa, y cuando yo la conocí llevaba dos años viviendo allí, aprendiendo español. Volvía a su país, pero antes quería hacer un recorrido para conocer algunos de los lugares que no conocía. Se unió a mí y a otras personas que en aquel momento coincidimos en el tiempo, y juntos iniciamos un periplo por Chiapas.
Nunca pude entender por qué Mikao tenía miedo de hacer ese recorrido en solitario, cuando ella había vivido en Ciudad Juarez, una ciudad en territorio comanche. Pero Mikao era así, su inocencia era abrumadora, y compartir aquellos días con ella fue toda una experiencia.

Cada vez que pienso en los días que pasamos en San Cristóbal de las Casas, me acuerdo de Mikao. Cuando el coche que nos llevaba allí nos dejó tirados a 10 kilómetros, a las 6 de la tarde, con el anochecer acercándose y sin saber qué hacer. Y lo único que se le ocurrió fue salir a la carretera y exclamar: no puede hacerse nada, la maldición de Motesuma. Y a continuación sentarse en el arcén de la carretera. Ella lo llamaba así, Motesuma.

Ahora me río cuando la veo allí sentada mientras los demás intentábamos empujar para que el coche se pusiera en marcha, mientras ella nos decía: imposible, la maldición de Motesuma.

Para ella todo era por culpa de Motesuma, era genial. El primer día que nos levantamos en San Cristobal, llevábamos todos una resaca de campeonato, y ella decía: la maldición de Motesuma.

_ No Mikao, esto no tiene nada que ver con Motesuma, esto son los tequilas que bebimos anoche

Pero ella siempre seguía con su propia versión.

Qué noches tan memorables pasamos en el Café Revolución, en San Cristóbal de las Casas. Un ambiente impresionante. Éramos un grupo de gente en busca de experiencias interesantes, compartiendo margaritas y tequilas, conversación y buena música.

Cuando Mikao se animaba a cantar, no se le notaba el acento, y se olvidaba de Motesuma, aunque a la mañana siguiente cuando le dolía la cabeza, volvía a recordarlo.
Cuando decida ir a Tokio, me pondré en contacto contigo Mikao. Seguro que no has olvidado aquellos buenos ratos.

Un saludo, compañera de aventuras

viernes, 23 de agosto de 2013

El punto de no retorno



Hace tiempo que no siento esa sensación. Era extraña, y por suerte pasajera. Sin embargo me hacía dudar, y casi siempre plantearme si no me había equivocado. No sé si esto era normal o solamente me ocurría a mí.

He escuchado decir miles de veces que somos animales de costumbres, y desde luego es cierto. Mientras nos encontramos dentro de nuestra área de movimientos, y pensamos que lo tenemos todo controlado, nos sentimos seguros. Desde luego esa seguridad es algo psicológico, puesto que nada está bajo nuestro control absoluto.
Entre algunas de mis pasiones se encuentra la de viajar, aunque no lo he hecho tanto como yo quisiera, pero probablemente sí mucho más de lo que algunos desearían. Y en esa aventura que siempre supone un viaje, me he sentido en algunos momentos en el que yo llamo “el punto sin retorno”. Es algo que no me ocurre siempre, solamente en los viajes largos en los que llegado a un punto del trayecto, hay diferentes escalas donde pierdo el contacto con mi punto de partida, mi punto de referencia. Y durante algunos minutos me siento desubicada, y comienza esa sensación de la que hablo. Siempre ocurre dentro del segundo o tercer avión al que subo, cuando el punto de partida y llegada ya no tienen nada que ver con mi país, cuando las personas que me rodean ya no hablan mi idioma. En ese momento mi estómago se llena de mariposas, y en mi cabeza escucho una frase que solo escucho en estos momentos: “¿pero tú qué haces aquí?, ¿qué se te ha perdido aquí?”

No es miedo, ni a volar ni a lo que voy a encontrar en esa aventura en la que ya no hay marcha atrás. Es simplemente sentir que he llegado a un punto sin retorno, del que soy consciente cuando entro en ese avión que me lleva de Dubai a Colombo, de Singapur a Hanói, de Estambul a Taskent, de Karachi a Katmandu, por ejemplo. En ese momento ya nada me une al lugar del que partí y donde me siento segura, solo porque es el lugar donde estoy acostumbrada a moverme. Es esa inquietud de encontrarse en un mundo desconocido, pero al mismo tiempo atrayente.

Pienso que debe ser algo parecido a hacer un vuelo sin motor. Mientras estás elevándote, unido a la avioneta que te arrastra hacia el cielo, te sientes seguro, amarrado a tu punto de referencia. Pero cuando te sueltan, cuando ya no tienes nada fijo o conocido a lo que agarrarte, uau, entonces ….. Algo parecido es lo que me ocurre cuando subo a ese segundo o tercer avión que me acerca a mi destino y me aleja de mi punto de seguridad.
Pero merece la pena, solamente dura unos minutos, y el resultado final siempre es fascinante.

Últimamente empiezo a echar de menos esa sensación de haber llegado al “punto sin retorno”. Es cierto, somos animales de costumbres, pero qué emocionante es hacer de vez en cuando un vuelo sin motor. Uaaaaaauuuuu

miércoles, 21 de agosto de 2013

Pues a mí me gusta (2)



El diseño urbanístico de esta ciudad ha cambiado mucho en los últimos años. Y aunque se han producido algunas actuaciones que con toda seguridad han supuesto un gasto absurdo en los bolsillos de todos los contribuyentes, el resultado general creo que es positivo. Zaragoza se ha convertido en una ciudad moderna, una ciudad de la que podemos sentirnos orgullosos aquellos que la amamos. Pero al mismo tiempo ha mantenido su faceta de ciudad bimilenaria, y sus tesoros ocultos en el subsuelo hasta hace un tiempo, hoy pueden ser admirados y disfrutados por todos.
El gran cambio se produjo en 2008, con una Expo que como todo evento de estas características, dejó un nivel de endeudamiento elevado. En este país nunca hemos sabido gestionar bien este tipo de cosas. Aunque yo lo que quiero es resaltar la parte positiva, y el cambio que en el diseño urbanístico dejó aquel evento. Surgieron edificios nuevos que dieron una nueva imagen a la ciudad, pero lo que a mí personalmente más me gusta es la recuperación del río Ebro. Creo que ese fue el mayor logro de todos.
Poder disfrutar del río y sus riberas es un auténtico placer durante cualquier día del año, especialmente cuando llega la primavera y el verano. Hacerlo durante los días festivos es algo que nunca se había podido hacer en esta ciudad, y el resultado es increíble.
Hoy es posible caminar, pasear, disfrutar en definitiva, desde el Azud construido al final de la ciudad, río abajo, hasta el Puente del Tercer Milenio, construido al final del recinto de la Expo. Y puede hacerse por cualquiera de sus orillas, en una sucesión de parques, paseos y rincones diferentes que son una auténtica delicia.
A mí me gusta comenzar este recorrido caminando desde mi casa hasta el Azud, y cruzarlo despacio, inclinándome sobre el río para ver como el agua se eleva artificialmente subiendo el nivel a lo largo de toda la ciudad. Una vez en la margen izquierda comienzo mi caminar despacio, remontando el río y disfrutando de todos sus rincones. El primer tramo es el que enlaza el Azud con el Puente de la Unión. Es este un puente alto que une ambas orillas en un arco enorme, solo posible con los actuales avances en la ingeniería. El camino entre ambos puentes circula a través de un paseo donde los árboles derraman sus ramas sobre el camino, y crean sombras que alivian el calor durante el verano. Pronto se llega al embarcadero, de donde parten los barcos que remontan el río en viajes turísticos, aunque poco rentables económicamente. Aquí se puede hacer una primera parada, tomar algo en la terraza del embarcadero y contemplar el río. El Puente de la Unión está cerca, pero antes de llegar se atraviesa un lugar poblado de árboles, en algunos de los cuales se han construido casitas para los niños, y para los no tan niños. Puedo dar fe de ello, yo he subido a algunos de ellos, disfrutando de la niña que se esconde en algún lugar dentro de mí.
El siguiente tramo, entre el Puente de la Unión y el Puente de Hierro, es uno de mis favoritos. Puede recorrerse en tres niveles diferentes: en el nivel más alto, junto a la carretera, el camino está embaldosado junto al carril bici. En el nivel intermedio, un camino de tierra flanqueado de farolas, y un manto verde en ambos lados, a su derecha se eleva hasta el nivel superior, a su izquierda desciende hasta el río. Y el nivel inferior, junto a la orilla del río, caminando sobre la hierba que llega hasta el agua. Este es el que más me gusta. Tumbarme sobre la hierba bajo algunos de los árboles, y sobre todo sentarme en la orilla, sobre un grupo de piedras que crean un espigón, con un libro en la mano, y leer en aquella tranquilidad que se respira sin que el ruido del tráfico cercano llegue hasta mí.
Ya junto al Puente de Hierro se ha creado una zona llena de mesas y bancos de madera donde poder hacer picnic. Y cruzando bajo el puente se entra en el siguiente tramo, el que une el Puente de Hierro con el Puente de Piedra. Este recorrido comienza con un mirador sobre el río, una estructura de metal y suelo de madera, escondida entre los sauces que lo cubren. El camino hasta el Puente de Piedra pasa junto a un restaurante ubicado en un antiguo molino, y se estrecha hasta descender hasta el nivel del agua, flanqueado a su derecha por un gran muro de piedra que se levanta varios metros. Esta es la última zona que se recuperó, y la imagen que desde el camino de cemento se puede tener del Puente romano con la Basílica del Pilar levantándose detrás, es impresionante. Yo llevo muchos años en esta ciudad, y cuando contemplé esta imagen, tuve la sensación de encontrarme en algún lugar desconocido hasta el momento. Y me gustó.
La pared de piedras antiguas se encuentra horadada por multitud de agujeros donde las palomas se refugian. Es el llamado Balcón de San Lázaro, asomándose sobre el río Ebro junto al Puente romano, en el lugar donde se encontraron los restos del antiguo cuartel de San Lázaro, perteneciente a la época de los Sitios de Zaragoza.
A estas alturas del recorrido ya nos encontramos sobre el Puente de Piedra, o el Puente Romano que lleva dos milenios contemplando pasar las aguas bajo él. Descendiendo por los escalones que encontramos una vez lo cruzamos, se accede al parque de Macanaz, entre el Puente de Piedra y el Puente de Santiago. Esta zona donde pocas personas osaban adentrarse antes de 2008, es ahora un parque con zonas de juego para los niños, terrazas de verano para todos, y bancos de piedra con forma semicircular desde donde se puede contemplar la Basílica del Pilar exactamente enfrente. Otra imagen para mí desconocida hasta que el parque Macanaz se convirtió en lo que hoy es. Imágenes nuevas en esta ciudad, como la silueta del tranvía circulando sobre el Puente de Santiago. Al otro lado de este puente aparece una explanada que llega hasta el río en escalones anchos, pero el camino continúa hasta llegar al Puente de la Almozara. Aunque antes hay que pasar frente al Club deportivo Helios, y el embarcadero desde el que salen y llegan todas las piraguas que circulan por el río. Aquí el camino se esconde de la vista de todo el mundo. A un lado pueden verse las pistas de tenis del Club deportivo. El camino es estrecho y por el lado del río una cerca de madera rústica permite asomarse y crear la sensación de encontrarse en un camino de montaña, más que en un camino junto al río. Vamos descendiendo hasta llegar al Puente de la Almozara, y tras cruzar bajo él ya podemos ver al fondo el recinto moderno que fue la Expo. Pero antes hay que pasear por el parque nuevo que se creó para este evento. Yo lo llamo el paseo de las ranas, por las figuras de estos animales que se distribuyeron a lo largo del muro que se asoma desde arriba al río. Se puede descender por algunas escaleras y caminar junto al agua, o se puede hacer el mismo camino a lo largo del parque superior, donde el agua surge de diferentes fuentes.
Pronto se llega a la Pasarela sobre el río Ebro. Es uno de los edificios que caracterizan a esta nueva ciudad. Una pasarela suspendida sobre el río, sujeta por cables de acero que parten desde un obelisco central. La sensación que se tiene cuando se atraviesa provoca mareos en algunas personas, porque la pasarela cimbrea, se mueve con el viento o con el paso de las personas.
Más allá de este punto se entra en el recinto Expo, donde otros dos puentes todavía atraviesan el río. El Pabellón Puente, con su diseño espectacular, y el Puente del Tercer Milenio. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Cuando yo realizo mi paseo por las riberas del río, cruzo sobre la pasarela cimbreante hasta la margen derecha, para realizar el camino de vuelta. Ya en la otra orilla, el primer tramo hasta el Puente de la Almozara hay que hacerlo sobre pasarelas de madera, elevadas sobre una orilla arenosa. A partir del Puente de la Almozara, se puede continuar por las anchas aceras junto a la carretera, o a nivel más bajo, por caminos de tierra prensada. A mí me gustan más estos últimos, hasta que el río llega hasta el muro que protege a la ciudad de las crecidas del agua, y la única opción es subir las escaleras que llevan hasta la carretera, y continuar a lo largo de la barandilla que llega hasta más allá del Puente de Santiago, concretamente hasta el Club Naútico, frente a la Basílica del Pilar. En este punto, unas gradas permiten sentarse y observar el río, el embarcadero, los barcos que pasean, o algún espectáculo que se represente debajo. O simplemente descender hasta el paseo que lleva junto a los altos muros donde cloacas romanas desembocan en el río. Todo siempre que las crecidas lo permitan, ya que esta zona se inunda fácilmente, y entonces solo es posible continuar por la parte superior, junto a la carretera, hasta llegar al Puente de Hierro.
A partir de aquí un nuevo parque nos lleva hasta el Puente de la Unión. Un parque con pistas de patinaje, un bosque de sonidos, y un bonito puente peatonal sobre la desembocadura del río Huerva. En este lugar se pueden encontrar bandas de música durante las mañanas de domingo, y muchos jóvenes patinando.
Finalmente, vuelvo junto al Azud, en la margen derecha, y mi camino a lo largo de las riberas del río finaliza. Un camino de varios kilómetros, que hasta hace unos años era inviable. Admirar sus puentes: modernos, antiguos, estilizados, de piedra, de hierro, de cemento, de diseño.
Sin embargo esto no es todo, hay mucho más. La ruta del camino de la Alfranca, que comienza junto al Azud, hasta la Cartuja Baja, es increíble. Y en el otro extremo del río, junto a la Expo, el Parque del Agua permite todo tipo de diversiones y actividades. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Hoy quería compartir mi paseo por ambas orillas, a lo largo de la ciudad, de una ciudad que hoy me gusta más.
La ciudad de los puentes, así me gusta llamarla desde que este recorrido se puede hacer. Está aquí, al alcance de todo el que quiera descubrirla.