miércoles, 21 de agosto de 2013

Pues a mí me gusta (2)



El diseño urbanístico de esta ciudad ha cambiado mucho en los últimos años. Y aunque se han producido algunas actuaciones que con toda seguridad han supuesto un gasto absurdo en los bolsillos de todos los contribuyentes, el resultado general creo que es positivo. Zaragoza se ha convertido en una ciudad moderna, una ciudad de la que podemos sentirnos orgullosos aquellos que la amamos. Pero al mismo tiempo ha mantenido su faceta de ciudad bimilenaria, y sus tesoros ocultos en el subsuelo hasta hace un tiempo, hoy pueden ser admirados y disfrutados por todos.
El gran cambio se produjo en 2008, con una Expo que como todo evento de estas características, dejó un nivel de endeudamiento elevado. En este país nunca hemos sabido gestionar bien este tipo de cosas. Aunque yo lo que quiero es resaltar la parte positiva, y el cambio que en el diseño urbanístico dejó aquel evento. Surgieron edificios nuevos que dieron una nueva imagen a la ciudad, pero lo que a mí personalmente más me gusta es la recuperación del río Ebro. Creo que ese fue el mayor logro de todos.
Poder disfrutar del río y sus riberas es un auténtico placer durante cualquier día del año, especialmente cuando llega la primavera y el verano. Hacerlo durante los días festivos es algo que nunca se había podido hacer en esta ciudad, y el resultado es increíble.
Hoy es posible caminar, pasear, disfrutar en definitiva, desde el Azud construido al final de la ciudad, río abajo, hasta el Puente del Tercer Milenio, construido al final del recinto de la Expo. Y puede hacerse por cualquiera de sus orillas, en una sucesión de parques, paseos y rincones diferentes que son una auténtica delicia.
A mí me gusta comenzar este recorrido caminando desde mi casa hasta el Azud, y cruzarlo despacio, inclinándome sobre el río para ver como el agua se eleva artificialmente subiendo el nivel a lo largo de toda la ciudad. Una vez en la margen izquierda comienzo mi caminar despacio, remontando el río y disfrutando de todos sus rincones. El primer tramo es el que enlaza el Azud con el Puente de la Unión. Es este un puente alto que une ambas orillas en un arco enorme, solo posible con los actuales avances en la ingeniería. El camino entre ambos puentes circula a través de un paseo donde los árboles derraman sus ramas sobre el camino, y crean sombras que alivian el calor durante el verano. Pronto se llega al embarcadero, de donde parten los barcos que remontan el río en viajes turísticos, aunque poco rentables económicamente. Aquí se puede hacer una primera parada, tomar algo en la terraza del embarcadero y contemplar el río. El Puente de la Unión está cerca, pero antes de llegar se atraviesa un lugar poblado de árboles, en algunos de los cuales se han construido casitas para los niños, y para los no tan niños. Puedo dar fe de ello, yo he subido a algunos de ellos, disfrutando de la niña que se esconde en algún lugar dentro de mí.
El siguiente tramo, entre el Puente de la Unión y el Puente de Hierro, es uno de mis favoritos. Puede recorrerse en tres niveles diferentes: en el nivel más alto, junto a la carretera, el camino está embaldosado junto al carril bici. En el nivel intermedio, un camino de tierra flanqueado de farolas, y un manto verde en ambos lados, a su derecha se eleva hasta el nivel superior, a su izquierda desciende hasta el río. Y el nivel inferior, junto a la orilla del río, caminando sobre la hierba que llega hasta el agua. Este es el que más me gusta. Tumbarme sobre la hierba bajo algunos de los árboles, y sobre todo sentarme en la orilla, sobre un grupo de piedras que crean un espigón, con un libro en la mano, y leer en aquella tranquilidad que se respira sin que el ruido del tráfico cercano llegue hasta mí.
Ya junto al Puente de Hierro se ha creado una zona llena de mesas y bancos de madera donde poder hacer picnic. Y cruzando bajo el puente se entra en el siguiente tramo, el que une el Puente de Hierro con el Puente de Piedra. Este recorrido comienza con un mirador sobre el río, una estructura de metal y suelo de madera, escondida entre los sauces que lo cubren. El camino hasta el Puente de Piedra pasa junto a un restaurante ubicado en un antiguo molino, y se estrecha hasta descender hasta el nivel del agua, flanqueado a su derecha por un gran muro de piedra que se levanta varios metros. Esta es la última zona que se recuperó, y la imagen que desde el camino de cemento se puede tener del Puente romano con la Basílica del Pilar levantándose detrás, es impresionante. Yo llevo muchos años en esta ciudad, y cuando contemplé esta imagen, tuve la sensación de encontrarme en algún lugar desconocido hasta el momento. Y me gustó.
La pared de piedras antiguas se encuentra horadada por multitud de agujeros donde las palomas se refugian. Es el llamado Balcón de San Lázaro, asomándose sobre el río Ebro junto al Puente romano, en el lugar donde se encontraron los restos del antiguo cuartel de San Lázaro, perteneciente a la época de los Sitios de Zaragoza.
A estas alturas del recorrido ya nos encontramos sobre el Puente de Piedra, o el Puente Romano que lleva dos milenios contemplando pasar las aguas bajo él. Descendiendo por los escalones que encontramos una vez lo cruzamos, se accede al parque de Macanaz, entre el Puente de Piedra y el Puente de Santiago. Esta zona donde pocas personas osaban adentrarse antes de 2008, es ahora un parque con zonas de juego para los niños, terrazas de verano para todos, y bancos de piedra con forma semicircular desde donde se puede contemplar la Basílica del Pilar exactamente enfrente. Otra imagen para mí desconocida hasta que el parque Macanaz se convirtió en lo que hoy es. Imágenes nuevas en esta ciudad, como la silueta del tranvía circulando sobre el Puente de Santiago. Al otro lado de este puente aparece una explanada que llega hasta el río en escalones anchos, pero el camino continúa hasta llegar al Puente de la Almozara. Aunque antes hay que pasar frente al Club deportivo Helios, y el embarcadero desde el que salen y llegan todas las piraguas que circulan por el río. Aquí el camino se esconde de la vista de todo el mundo. A un lado pueden verse las pistas de tenis del Club deportivo. El camino es estrecho y por el lado del río una cerca de madera rústica permite asomarse y crear la sensación de encontrarse en un camino de montaña, más que en un camino junto al río. Vamos descendiendo hasta llegar al Puente de la Almozara, y tras cruzar bajo él ya podemos ver al fondo el recinto moderno que fue la Expo. Pero antes hay que pasear por el parque nuevo que se creó para este evento. Yo lo llamo el paseo de las ranas, por las figuras de estos animales que se distribuyeron a lo largo del muro que se asoma desde arriba al río. Se puede descender por algunas escaleras y caminar junto al agua, o se puede hacer el mismo camino a lo largo del parque superior, donde el agua surge de diferentes fuentes.
Pronto se llega a la Pasarela sobre el río Ebro. Es uno de los edificios que caracterizan a esta nueva ciudad. Una pasarela suspendida sobre el río, sujeta por cables de acero que parten desde un obelisco central. La sensación que se tiene cuando se atraviesa provoca mareos en algunas personas, porque la pasarela cimbrea, se mueve con el viento o con el paso de las personas.
Más allá de este punto se entra en el recinto Expo, donde otros dos puentes todavía atraviesan el río. El Pabellón Puente, con su diseño espectacular, y el Puente del Tercer Milenio. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Cuando yo realizo mi paseo por las riberas del río, cruzo sobre la pasarela cimbreante hasta la margen derecha, para realizar el camino de vuelta. Ya en la otra orilla, el primer tramo hasta el Puente de la Almozara hay que hacerlo sobre pasarelas de madera, elevadas sobre una orilla arenosa. A partir del Puente de la Almozara, se puede continuar por las anchas aceras junto a la carretera, o a nivel más bajo, por caminos de tierra prensada. A mí me gustan más estos últimos, hasta que el río llega hasta el muro que protege a la ciudad de las crecidas del agua, y la única opción es subir las escaleras que llevan hasta la carretera, y continuar a lo largo de la barandilla que llega hasta más allá del Puente de Santiago, concretamente hasta el Club Naútico, frente a la Basílica del Pilar. En este punto, unas gradas permiten sentarse y observar el río, el embarcadero, los barcos que pasean, o algún espectáculo que se represente debajo. O simplemente descender hasta el paseo que lleva junto a los altos muros donde cloacas romanas desembocan en el río. Todo siempre que las crecidas lo permitan, ya que esta zona se inunda fácilmente, y entonces solo es posible continuar por la parte superior, junto a la carretera, hasta llegar al Puente de Hierro.
A partir de aquí un nuevo parque nos lleva hasta el Puente de la Unión. Un parque con pistas de patinaje, un bosque de sonidos, y un bonito puente peatonal sobre la desembocadura del río Huerva. En este lugar se pueden encontrar bandas de música durante las mañanas de domingo, y muchos jóvenes patinando.
Finalmente, vuelvo junto al Azud, en la margen derecha, y mi camino a lo largo de las riberas del río finaliza. Un camino de varios kilómetros, que hasta hace unos años era inviable. Admirar sus puentes: modernos, antiguos, estilizados, de piedra, de hierro, de cemento, de diseño.
Sin embargo esto no es todo, hay mucho más. La ruta del camino de la Alfranca, que comienza junto al Azud, hasta la Cartuja Baja, es increíble. Y en el otro extremo del río, junto a la Expo, el Parque del Agua permite todo tipo de diversiones y actividades. Pero de todo esto hablaré en otro momento.
Hoy quería compartir mi paseo por ambas orillas, a lo largo de la ciudad, de una ciudad que hoy me gusta más.
La ciudad de los puentes, así me gusta llamarla desde que este recorrido se puede hacer. Está aquí, al alcance de todo el que quiera descubrirla.

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