sábado, 17 de agosto de 2013

La amistad no tiene precio



Hoy quiero contar una historia.

Había una vez dos personas que se conocieron por motivos de trabajo. Una de ellas (A) llevaba bastantes años en la empresa cuando llegó la otra (B). Habían sido años difíciles y A no estaba muy bien vista cuando todo cambió y se comenzó de cero. Pero por circunstancias desconocidas para A, continuó en la empresa a pesar de las desconfianzas, y a pesar de que algunas personas conspiraron contra ella. Personas que pasados los años, volvieron a tratarla con respeto como si nada hubiera ocurrido. Pero esa es otra historia.
B y A conectaron desde el primer momento. B inició su andadura en la empresa como secretaria de dirección, de esa dirección que en un primer momento no era muy partidaria de A. Aunque por circunstancias que no vienen al caso, A continuó, y no solamente ganó la confianza de la nueva dirección, sino que demostró que era una persona en la que se podía delegar y en la que se podía confiar. Pero esa es también otra historia.
A y B comenzaron a trabajar juntas, trabajaban bien, ambas eran responsables, comprometidas. Ambas se parecían mucho, lo daban todo en el trabajo sin pedir nada a cambio. A y B con el paso de los años se convirtieron en amigas, en grandes amigas. Las dos conocían sus problemas, sus inquietudes, sus ilusiones y sus desilusiones.
Pocos años después de haberse conocido, A consiguió un puesto de responsabilidad, y B pensaba que era lo justo. La relación entre ambas era de respeto hacia el puesto que cada una ocupaba, pero ante todo seguían siendo amigas, como siempre lo habían sido. Se apoyaban en todo, se complementaban y los momentos difíciles que siempre surgen en cualquier trabajo, lo eran menos porque las dos tenían alguien con quien hablar y en quien apoyarse. Aquella relación solo tenía un nombre: AMISTAD, con letras mayúsculas, porque así era.
Pero llegó la crisis, la maldita crisis, y la dirección cayó sustituida por otra nueva dirección. Y tanto A como B tuvieron que volver a empezar como todos los demás. Volver a demostrar y a ganar la confianza de nuevo. La crisis se agudizó y hubo que tomar decisiones, decisiones duras para poder salir adelante. Hubo que despedir a algunas personas.
Se propusieron varios nombres, y a A le propusieron los que afectaban a su departamento. Ella sabía que B era una persona muy válida, y no porque fuera su amiga, sino porque realmente era una persona muy válida. Y así lo dijo y lo defendió. B siguió adelante, continuaron trabajando juntas, y continuaron siendo amigas.
Pero la crisis continuó cada vez más cruel, cada vez más dura. Y las decisiones de recortes continuaron. Hasta que llegó un día en el que se planteó un ERE de extinción para 17 personas. A fue informada de que quizá B estuviera dentro de ese grupo, y A defendió a B como una persona muy válida que debía seguir adelante. En ese momento A cometió un error, o quizá no lo hizo. Como responsable que era, no podía decir a B cuáles eran las propuestas de la empresa, antes de que nada fuera oficial. Como amiga que era de B, le dolía lo que imaginaba que iba a ocurrir, y le dolía no avisarle. Optó por callar y ser leal a lo que se esperaba de ella como responsable de su departamento. Aunque intentó defenderla y salvarla.
Un día el jefe de A le comunicó que al día siguiente iban a despedir a B, no se contaba con ella para el futuro. El jefe le dijo a A que sabía que se llevaban muy bien pero que la decisión estaba tomada y no había vuelta atrás. A se quedó mal, sus intentos por salvar a su amiga no habían servido, y B no sabía nada.
A y B se conocían muy bien, las dos sabían que la otra le contaría cualquier cosa que le ocurriera o que le preocupara, aunque A por responsabilidad no dijo nada a B sobre lo que iba a ocurrir. Pero imaginó que en cuanto le comunicaran la noticia, B vendría a decírselo, buscaría su consuelo y su apoyo como siempre lo habían hecho.
Al día siguiente A vio como B pasaba por delante de su despacho camino del despacho de su jefe, y como volvió sobre sus pasos al cabo de unos minutos. Pero B pasó de largo por delante del despacho de A, sin mirarla y sin decirle nada. Desde ese momento, A solo cometió errores, o quizá los cometieron las dos.

A se enteró de que a B le habían pedido que se quedara dos semanas más hasta finalizar el mes, y después ya no continuaría. También se enteró de que le habían pedido discreción y que no se lo dijera a nadie. Por eso A pensó que B no le decía nada, y al mismo tiempo A continuó en silencio porque no sabía, o tenía miedo a decirle a B que sabía lo que había ocurrido. En cualquier caso, ambas esperaban que la una fuera a hablar con la otra, como siempre lo habían hecho. Pero ninguna lo hizo.
Unos días antes de finalizar el mes una compañera le dijo a A que el día siguiente sería el último día de B en la empresa, que prefería marcharse antes porque le resultaba muy triste la situación, y le dijo que todos lo sabían desde hace días y habían estado a su lado. A se sintió hundida porque no conocía esto, pensaba que B no había dicho nada, pero había hablado con todos menos con ella, incluso con aquellos que no la habían apreciado mucho y que habían conspirado contra ella.
Entonces A fue a buscar a B, la abrazó y le dijo que lo sentía mucho, que se había enterado que al día siguiente se marcharía. B le contestó: nunca hubiera esperado esto de ti. A intentó explicarle todo lo que había ocurrido, lo que había intentado hacer para salvarla, pero a B no le interesaba, se sentía traicionada.
B se marchó sin decir nada más a A. No se despidió de ella, ni siquiera la miró. Durante los días siguientes A le escribió mails que B no contestó, le pidió perdón. A intentó enterarse a través de otros compañeros, cómo estaba B, pero no consiguió que B hablara con ella. A conocía a gente influyente, e intentó a través de ellos que la ayudaran a conseguir el trabajo que merecía, B era una buena secretaria de dirección. Pero B no aceptó nada que pudiera venir directa o indirectamente de A.
La crisis siguió agudizándose, y ahora A trabaja muy cerca del lugar donde vive B. Cada día se acuerda de ella y se pregunta ¿cómo está, tiene trabajo? Pero nunca recibe respuestas.
De todo esto hace 10 meses. Sé que me equivoqué, y siempre tendré que vivir con el dolor que esa equivocación me provoca. Quizá nos equivocamos las dos. Yo acepto tu error, pero lo que me duele es el mío, porque no sé cómo enmendarlo, y eso me entristece muchísimo. En esta época donde lo que prima es la avaricia y el egoísmo, me doy cuenta que una amistad vale más que cualquier otra cosa, y yo la jodí.

Ya no me quedan palabras para decirte, solamente una: PERDÓNAME

No hay comentarios:

Publicar un comentario