Hace tiempo
que no siento esa sensación. Era extraña, y por suerte pasajera. Sin embargo me
hacía dudar, y casi siempre plantearme si no me había equivocado. No sé si esto
era normal o solamente me ocurría a mí.
He
escuchado decir miles de veces que somos animales de costumbres, y desde luego
es cierto. Mientras nos encontramos dentro de nuestra área de movimientos, y
pensamos que lo tenemos todo controlado, nos sentimos seguros. Desde luego esa
seguridad es algo psicológico, puesto que nada está bajo nuestro control
absoluto.
Entre
algunas de mis pasiones se encuentra la de viajar, aunque no lo he hecho tanto
como yo quisiera, pero probablemente sí mucho más de lo que algunos desearían.
Y en esa aventura que siempre supone un viaje, me he sentido en algunos
momentos en el que yo llamo “el punto sin retorno”. Es algo que no me ocurre
siempre, solamente en los viajes largos en los que llegado a un punto del
trayecto, hay diferentes escalas donde pierdo el contacto con mi punto de
partida, mi punto de referencia. Y durante algunos minutos me siento
desubicada, y comienza esa sensación de la que hablo. Siempre ocurre dentro del
segundo o tercer avión al que subo, cuando el punto de partida y llegada ya no
tienen nada que ver con mi país, cuando las personas que me rodean ya no hablan
mi idioma. En ese momento mi estómago se llena de mariposas, y en mi cabeza
escucho una frase que solo escucho en estos momentos: “¿pero tú qué haces
aquí?, ¿qué se te ha perdido aquí?”
No es
miedo, ni a volar ni a lo que voy a encontrar en esa aventura en la que ya no
hay marcha atrás. Es simplemente sentir que he llegado a un punto sin retorno,
del que soy consciente cuando entro en ese avión que me lleva de Dubai a
Colombo, de Singapur a Hanói, de Estambul a Taskent, de Karachi a Katmandu, por
ejemplo. En ese momento ya nada me une al lugar del que partí y donde me siento
segura, solo porque es el lugar donde estoy acostumbrada a moverme. Es esa
inquietud de encontrarse en un mundo desconocido, pero al mismo tiempo
atrayente.
Pienso que
debe ser algo parecido a hacer un vuelo sin motor. Mientras estás elevándote,
unido a la avioneta que te arrastra hacia el cielo, te sientes seguro, amarrado
a tu punto de referencia. Pero cuando te sueltan, cuando ya no tienes nada fijo
o conocido a lo que agarrarte, uau, entonces ….. Algo parecido es lo que me
ocurre cuando subo a ese segundo o tercer avión que me acerca a mi destino y me
aleja de mi punto de seguridad.
Pero merece
la pena, solamente dura unos minutos, y el resultado final siempre es
fascinante.
Últimamente
empiezo a echar de menos esa sensación de haber llegado al “punto sin retorno”.
Es cierto, somos animales de costumbres, pero qué emocionante es hacer de vez
en cuando un vuelo sin motor. Uaaaaaauuuuu
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