domingo, 29 de diciembre de 2013

Mis recuerdos de Alepo



Hace ocho años realicé un viaje a Siria. Las cosas estaban complicadas, más o menos como siempre han estado en la zona. Fui buscando experiencias, vivencias que me enriquecieran como persona, pequeños momentos que pasan a formar parte de tu forma de ser, de ver el mundo, y de entender a los demás, que te hacen crecer como persona. Y los encontré. Siempre los he encontrado. Cuando se viaja, es fundamental hacerlo con la mente abierta, predispuesta a empaparse, a aprender más que a enseñar, a recibir más que a dar. Y se aprende, se aprende muchísimo.
Hoy me entristece mucho ver las imágenes de Alepo, una ciudad destruida, personas con sus vidas destruidas, edificios destruidos. Alepo siempre la recordaré como una ciudad increíble, una ciudad donde en muchos de sus rincones se podía retroceder en el tiempo mil años, y sentirse en mitad de un mundo fantástico, un mundo que allí permanecía vivo porque era muy fácil imaginarlo. La ciudad antigua de Alepo era una auténtica joya que en muy pocos lugares se pueden encontrar. Sus callejones estrechos, sus calles enlosadas, sus edificios milenarios, y sus gentes. Los cafés donde me senté en una mesa redonda, en aquellas callecitas recónditas, fumando una shisa mientras tomaba un café cargado y observaba un mundo que había imaginado y soñado en tantos libros y en tantas historias.
Siempre quedará en mi recuerdo aquella ciudad, y su gente. Quiero pensar que si alguna vez puedo volver, todo seguirá igual, pero sé que no es así. La destrucción es ahora la reina. Me da mucha pena, muchísima. Solo han pasado ocho años, y probablemente no queda nada de todo aquello que durante más de mil años permaneció para deleite de los que pudieran llegar hasta allí.

¿Por qué nunca aprendemos?

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