domingo, 19 de enero de 2014

La mezquita de mi calle



Creo que han abierto una mezquita enfrente de mi casa. Digo creo porque esta mañana he visto a bastante gente con esos gorros de ganchillo y a las mujeres con velo, salir del local donde hasta hace unos meses había una ferretería. Y me he puesto a recontar todos los locales de diferentes credos que hay en mi calle y alrededores. Pues si no me equivoco, están todos. La iglesia rumana, la del séptimo día, los hermanos de Jehova, los adventistas, la mezquita, y alguna más que ahora se me olvida, porque yo en esto de asistir a los ritos religiosos no soy muy de misa, o de lo que sea, vamos.

Y total, que pensando en esto se me ha ido la cabeza a las bodas (sí, no sé porqué), será por lo de las iglesias (qué sí, ya sé que no es correcto llamarlas iglesias, pero es para entendernos). Y pensando en las bodas, me he ido acordando de todas las bodas, llamemos curiosas, que he visto. Sí, ya sé que las bodas son bodas y punto, aquí y en Pekín. Pero la verdad es que me gusta ver, curiosear, cotillear en una palabra, las bodas en otras culturas. Y por suerte he visto, o cotilleado, unas cuantas. Y pensando en las bodas, y en curiosear un poquillo y tal, nada mejor que la boda que viví en directo. Ahí sí que pude cotillear.

Esto fue en 2003, creo. Sí, fue en 2003. Ese año fui por primera vez a Marruecos, y fui solo por un motivo, para asistir a una boda. Me invitaron a pesar de no conocer al novio, ni a la novia, ni a la familia del novio, ni a la familia de la novia. Vamos, a nadie. Bueno, sí, conocía a mi amiga María. Ella tenía una relación con Mohamed, yo tampoco conocía a Mohamed. Y el hermano de Mohamed se casaba. Así que María pidió que sus amigos fueran a la boda para no estar sola, y así es como llegamos a aquel pueblecito en mitad del Atlas, para asistir a una boda marroquí.

Fue una experiencia muy interesante que empezó ya el día anterior cuando llegamos conduciendo un 4x4 a un pueblo donde no habían visto un extranjero en su vida. Allí teníamos que recoger al padre del novio para llevarlo a su casa en otro pueblo, pero cuando llegamos, el padre ya se había marchado. Decidimos dormir allí aquella noche y ponernos en camino al día siguiente. No existían hoteles ni nada parecido. Alguien nos indicó que un vecino tenía las llaves de la casa del hombre que habíamos ido a buscar, y que podíamos ir a buscarlas para dormir en su casa. Así fue como conocí una auténtica casa marroquí. Unas mujeres nos recibieron y nos acompañaron a una sala donde nos acomodamos en el suelo, sentados sobre cojines. Poco después nos obsequiaron con un plato de olivas fuertes y deliciosas, y unos vasos de leche. María y yo miramos los vasos de leche de cabra y ambas movimos la cabeza con un gesto. Lo siento, nunca he podido con la leche de cabra. Fueron Mohamed y Kike quienes terminaron bebiendo sus vasos y los nuestros. ¡Hay que quedar bien!
Fue una noche increíble, durmiendo sobre el suelo, y a la mañana siguiente asearnos en un arroyo para asistir limpios y guapos a la boda.

¡La boda!. Cuando llegamos a la casa del novio, todo el mundo nos estaba esperando, nosotros éramos la atracción. Hasta mitad de la tarde, aquello fue un no parar de gente viniendo a mirarnos. Sí, a mirarnos.
Después de la comida llegó la banda de música que pondría la marcha en la boda. Estuvieron todo el tiempo en el patio, sin dejar de fumar, de beber, y de cantar. Puedo asegurar que cuando todos salimos hacia la casa de la novia, la banda no se tenía en pie. Aquello prometía.
A las siete de la tarde, toda la comitiva que estábamos en la casa del novio, salimos a buscar los coches que nos llevarían a casa de la novia (nosotros en vaqueros, que para eso éramos los invitados de honor). La boda se celebraría en mitad del campo, en una casa que supongo no distaba mucho de la que Cervantes describía en El Quijote. Una casa aislada en mitad del campo, con una tapia que escondía varios patios al aire libre. En uno de los patios, unas cuantas hogueras donde se cocinaba de todo. En otro patio, las mujeres estaban sentadas alrededor de la tapia, hablando con una chica vestida de verde con adornos dorados (supimos que era la novia). Nos indicaron a María y a mí que nos sentáramos junto a ellas. Poco después empezaron a pasar unos vasos. Otra vez leche, ufffff, tuvimos que tomarla.
Poco antes de la cena, los hombres y las mujeres que habíamos permanecido en patios separados, nos juntamos, y la banda de música comenzó a amenizar la noche.
Nosotros nos escabullimos. Hay algo que no he contado. El maletero del 4x4 había llegado cargado con unas cajas de cervezas conseguidas a escondidas en un mercado negro, o poco blanco, vamos. Las cervezas estaban todas dentro de una acequia de agua que pasaba cerca de la casa, refrescándose. No pudimos tomar muchas; la banda de música se había enterado y habían hecho expolio. Pero alguna llegó.
Fue una noche loca, diferente, estuvo genial. Una experiencia auténtica.

Eran las cuatro de la mañana cuando volvíamos a casa del novio para dormir. La policía marroquí nos paró. Unos extranjeros a esas horas en mitad del Atlas, no les encajaban. Unos paquetes de Marlboro lo solucionaron.

He cotilleado en otras bodas, aunque ya no iba como invitada.
¿Y todo esto a qué venía? ¡Ah sí!, porque esta mañana he visto que habían abierto una mezquita enfrente de mi casa y me ha dado por pensar en las bodas.

¡¡¡¡ Anda qué!!!!



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